Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Cine


Leos Carax, Annette, Francia, 2021.


Una cámara entra en un estudio de grabación, Leos Carax está sentado en la mesa de control y le pide a su hija Nasty que se acerque, ambos invitan a que empiece el espectáculo. Al otro lado los hermanos Mael, integrantes del grupo Sparks, cantan “So May We Start”, y avisan a los espectadores de que estén preparados para sumergirse en “una historia de canciones y furor sin tabúes. Cantaremos y moriremos por ti”. En un virtuoso plano secuencia, los hermanos Mael salen del estudio para dirigirse a la calle y se van uniendo a ellos los actores principales de la función: Adam Driver, Marion Cotillard y Simon Helberg. Así el espectador ya está preparado para “sentir” el universo especial de Carax y ser testigo de un cuento trágico.

Annette es la maravillosa incursión del director francés a ese género tan especial que es el cine musical. No obstante, en los largometrajes de Carax siempre ha existido una predilección especial por la banda sonora y por insertar momentos musicales inolvidables. Un vistazo a tres obras de su filmografía deja apreciar esa comunión con el género y anuncian que más tarde o más temprano iba a visitarlo. En Mala sangre (1986), su joven protagonista, Alex (Denis Lavant), corre y baila por una calle al ritmo de “Modern Love” de David Bowie. En Los amantes de Pont Neuf (1991), entre fuegos artificiales, Michelle y Alex (Juliette Binoche y Denis Lavant) son una pareja sin hogar que baila sin parar a lo largo de un puente. La secuencia más emotiva de Holy Motor (2012) es puro musical: en los almacenes abandonados de La Samaritaine, desde una terraza donde se contempla el Pont Neuf y entre maniquíes rotos, un hombre y una mujer tratan en veinte minutos de recuperar veinte años de distanciamiento, y en ese paseo, lleno de melancolía, ella (Kylie Minogue) canta una canción triste que presagia un final desgraciado.

El cine de Leos Carax sitúa en el abismo a sus personajes, y a la vez con sus películas escarba en su propia alma. Sus dos últimas películas (Holy Motors y Annette), entre otras cosas, conforman una crónica personal que transmiten dolor y culpa por la ausencia del ser amado. Annette está dedicada a su hija, fruto de su relación con Yekaterina Golubeva (quien murió trágicamente en el verano de 2011), y en su fondo vibra la radiografía de un amor desesperado. Un amor trágico que campa entre las sombras.

Annette es todo un espectáculo visual que narra un cuento oscuro. Precisamente, el género musical deja la puerta abierta a un mundo ilusorio, donde todo es posible, incluso hundirse en diferentes abismos en localizaciones mágicas como en Las zapatillas rojas (1948) de Michael Powell y Emeric Pressburger, Empieza el espectáculo (1979) de Bob Fosse, Sweeney Todd: El barbero diabólico de la calle Fleet (2007) de Tim Burton o Into the Woods (2014) de Rob Marshall. No es de extrañar que los dos últimos musicales de esta lista tengan un nombre detrás: Stephen Sondheim, pues es uno de los nombres que añade el director francés en sus agradecimientos finales. El letrista nunca ha escondido el dolor, la maldad y la amargura del ser humano en sus canciones. Como también homenajea Carax a un realizador clásico (no es la primera vez que lo hace, en Mala sangre hay un instante conmovedor de puro cine mudo con música de Candilejas de fondo), King Vidor, y a su película … Y el mundo marcha (1928), que tiene bastantes puntos en común con Annette a la hora de enfrentar a un hombre al abismo, la relación con claroscuros entre una pareja y el papel de los hijos.

Leos Carax cuenta la historia de Henry (Adam Driver) y Ann (Marion Cotillard). Él es un monologuista controvertido y provocador que con su stand up cuestiona los límites del humor. Ella es una prestigiosa cantante de ópera, que muere trágicamente cada noche en el escenario para delirio de sus seguidores. Los dos protagonizan una historia de amor, que todos los medios de comunicación siguen. Los dos no pueden ser más distintos… y, sin embargo, como dice una canción, se aman demasiado. El humorista provocador y la bella cantante convierten su historia de amor en un cuento tradicional. Son la bella y la bestia. Él, en su espectáculo, es el simio de Dios y ella es una etérea y hermosa diva. Henry es como un gigante, sensual y poderoso. Y Ann es inteligente, insegura, sensible y bella. Solo que el cuento no tiene final feliz: en la bestia no se esconde un ser hermoso, sino un hombre lleno de defectos, ni la bella logra ser feliz a su lado, ni le hace enfrentarse a sus sombras, ni se aleja de una relación que le hace daño. Se aman tan extraña y desesperadamente que consiguen también alimentar la hiel y la amargura. Él deja asomar todas sus contradicciones e inseguridades y su toxicidad saca lo peor de su persona. Ella no abandona a la bestia, sino que sucumbe a ella, y una vez en el más allá, regresa como un alma vengativa.

La película fluctúa entre lo idílico y la pesadilla hasta hundirse en el dolor más absoluto. En el camino revela las heridas que provoca el amarse mal. Porque el amor puede también ser tóxico, dañar y arrastrar a terceros. Mirar siempre al abismo puede destrozar vidas. Y aquí es donde entra Annette. Todo en la relación de Henry y Ann salta por los aires definitivamente tras el nacimiento de su hija, Annette. Pero el realizador nos guarda una sorpresa que cobra todo su sentido en la secuencia final: Annette es una marioneta, una delicada y rara muñeca de madera.

Dentro de las canciones que van construyendo la historia, hay una en concreto que se convierte en un leitmotiv que adquiere distintos tonos y significados según va avanzando el espectáculo: “We Love Each Other So Much”. Una canción de amor que cantan por primera vez Henry y Ann paseando por un bosque. Es el momento culminante de su amor, cuando más se quieren, pero ya hay un presagio del destino: antes de entonarla, Ann pasea sola, vulnerable e incauta, y detrás aparecen unas manos tenebrosas, a lo Frankenstein, que van directas a su cuello. Es Henry, como gastando una broma; después la coge por el hombro con cariño y pasean tranquilos.

Y en toda historia de amor que se precie hay una tercera persona en la sombra. Que puede ser testigo y también protagonista de las dificultades en las relaciones humanas. El que esconde además un secreto y aquel que da un giro a la trama: el director de orquesta (Simon Helberg). Este personaje protagoniza una secuencia espectacular con travelling circular, donde a la vez que dirige la orquesta interpela al público contando su drama, confiesa que su amor por Ann nunca ha muerto, aunque ella ya no esté. Y revela que una semana antes de que ella conociese a Henry, los dos estaban viviendo una aventura.

Annette deja al descubierto varias cuestiones entre canción y canción: la toxicidad de las relaciones, la explotación infantil en el mundo del espectáculo, los límites del humor, las divisiones entre el arte popular y el arte trascendental, el papel de los medios de comunicación, las reacciones contradictorias del público, el camino hacia la autodestrucción, el dolor y el arrepentimiento, la imaginación y la creatividad como tabla de salvación…

La ópera rock de Leos Carax con guion y canciones de los Sparks descubre a muchos espectadores a los hermanos Male, que desde los años setenta están presentes en el panorama musical. Cuatro décadas donde han experimentado con la música y han tocado diversos palos desde el glam rock hasta el pop, pasando por el cabaret. Estos hermanos de Los Ángeles están detrás de cada una de las letras de Annette, llegando a la catarsis emocional con “Sympathy for the Abyss”, la canción presente en la última secuencia entre padre e hija.

Pero también este largometraje es un impresionante recital de Adam Driver, un tour de force de este actor estadounidense que se entrega totalmente a Henry, mostrando una evolución demoledora del personaje en su viaje al abismo. La transformación del monologuista polémico y famoso al hombre demacrado y destruido encerrado en prisión es portentosa. Leos Carax desnuda, nunca mejor dicho, al actor: lo presenta más alto y poderoso que nunca (mide 1.90), carismático y sensual, dando rienda suelta a un personaje conflictivo y complejo, que causa tanto rechazo en distintos momentos como compasión en sus secuencias finales. Driver está construyendo una sólida carrera que deja ver cómo arriesga en sus elecciones: puede convertirse en un conductor de autobús poeta en Paterson, en un jesuita al que ponen a prueba su fe en el Japón del siglo XVII en Silencio, en un agente de una unidad que persigue a un grupo del Ku Klux Klan en la magnífica comedia negra Infiltrado en el KKKlan o en uno de los protagonistas de un divorcio en Historia de un matrimonio, donde, por cierto, también canta una letra de Stephen Sondheim, “Being Alive”, y te hace llegar lo que siente el personaje mientras la interpreta. En Annette no solo canta y se sube a un escenario como un monologuista con carisma que arrasa con su humor o se convierte en amante entregado para transformarse después en un hombre violento que no domina la frustración de la caída, sino que regala una de las canciones más tristes sobre un hombre vencido al que le dicen su verdadera condena, y se la dice su hija: se ha quedado sin nadie a quien amar. Pero él se permite transmitirle un último consejo, antes de quedarse totalmente solo: “nunca mires al abismo”.

En esa última secuencia la niña de madera se convierte en una niña de carne y hueso (Devyn McDowell) que habla cara a cara con su padre y reprocha a sus progenitores todo el dolor que le han causado. Annette no solo pierde a su madre, sino que su padre aprovecha su voz prodigiosa y milagrosa para convertirla en una estrella que conquista las redes, protagonizando giras interminables. En realidad, la niña reprocha haber sido como una muñeca manejada por unos hilos, sin voz ni elección, siempre en la cuerda floja de la infelicidad.

Y esta ópera rock trágica, que navega por secuencias poéticas, imágenes de una poderosa fuerza visual y escenarios de fantasía y artificio, provoca las ganas de querer sacar a esa extraña niña de madera de ese mundo que la asfixia. Por eso la catarsis final es tan poderosa: Annette se libera, Henry se queda solo y vulnerable, entre las sombras. Ann solo es un recuerdo, que a veces refleja que hubo amor y otras es un alma vengativa del más allá. Tan solo queda la esperanza de que esa niña no mire al abismo, sino que dé rienda suelta a la creatividad.

Entre los agradecimientos de Carax no solo está Stephen Sondheim o King Vidor, sino también Edgar Allan Poe, Béla Balázs, Béla Bartók, Paul Margueritte, Tom Lehrer o Kyril Bonfiglioli, referentes literarios, cinematográficos, artísticos, musicales y del stand up que hacen entender mucho más el universo creado por el realizador, que siempre ha campado al margen de la industria cinematográfica. A poco que se indague en estos nombres se entiende por qué aparece una muñeca de madera, la presencia del artificio, la importancia del bosque, las complicadas relaciones de pareja, el terror en la realidad, la presencia de los monólogos y las reflexiones alrededor del humor…

Sin embargo, al final este cuento creado e imaginado por Carax, que revive fantasmas, es un canto de amor a su hija Nasty. Como un regalo. La película empieza con ellos dos y termina, durante los créditos finales, con todo el equipo técnico y artístico caminando por un bosque con luces de colores…, y entre toda la multitud, caminan un padre y una hija juntos con una luz azul: Leos Carax y Nasty.

 

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