Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Patrycja Pustkowiak, Animales nocturnos, Aquelarre Ediciones, Xalapa, 2021, 274 pp.


Animales nocturnos, es la primera novela de la escritora y periodista polaca Patrycja Pustkowiak (Cracovia, 1981). Publicada en 2013 fue finalista del Premio Literario Nike, uno de los más prestigiosos dentro de la literatura polaca. Además, Pustkowiak ha publicado la novela Maskaron (2018), y una entrevista a la escritora, guionista, feminista y política polaca Manuela Gretkowska, Es difícil levantarse del amor (2019). Este año, la novela debut encuentra su segunda edición en español —la primera estuvo a cargo de Editorial Universitaria de Villa María, Argentina— e inaugura la colección Narrativa Contemporánea de Aquelarre Ediciones.

Tamara Mortus es una mujer de treinta años en la ciudad de Varsovia. A la manera de Henry Chinaski —el alter ego con el que Bukowski narra su vida— ella cultiva hábitos como fumar, la vigilia, el alcoholismo, una actitud burlona ante su mísera existencia y algunas obsesiones como el sexo y la pornografía. Los ha adquirido en los últimos años gracias a muchas pérdidas: “la pérdida la acompañaba en cada paso de su vida y tenía distintos rostros. Desde la pérdida del trabajo hasta la pérdida de la fe en sí misma”. Que la despidieran le facilitó pasar las noches bebiendo frente al televisor, “mejor anestésico que los antidepresivos”. Sus programas favoritos son esotéricos y criminales. De los primeros le parecen graciosas las personas que llaman a los teléfonos en pantalla, desesperadas por saber su futuro; de los segundos le gusta mirar las disecciones de los cadáveres.

Una tarde de viernes, “el día en el cual la posibilidad de cambiar el destino parece más probable”, Tamara acepta la invitación de un excompañero de trabajo que le desagrada, pero “por lo menos se emborrachará con dinero ajeno”. No tiene más alternativas después de que la cita se convierte en un completo fracaso, así que decide abandonar el lugar y recorrer los bares de la ciudad, llenando su cuerpo de alcohol y cocaína. Así comienza su aventura de fin de semana. En adelante su camino está plagado de alcohólicos, drogadictos, putas y estúpidos; criaturas de paso en medio de la noche, rechazadas y mudas todas, chocan en el laberinto de la ciudad. Tamara es consciente de su condición y se abandona al flujo la corriente: “No puede hablar, apenas emitir un sonido que nadie comprende, abriendo su gran pico curvo. Por lo tanto prefiere callar, para por lo menos no traicionarse con la voz, es mejor seguir con este juego de apariencias tanto como se pueda. Pero profundamente en su interior la atraviesa una terrible y extraña consciencia: es un gigante en una isla de liliputienses o un liliput en una isla de gigantes”. Entre adictos no son tolerables faltas como quedarse con toda la dotación de polvo, rechazar el alcohol o el cristal, así que Tamara no tiene más opción que internarse en las tinieblas, esconderse entre otros cuerpos para sobrevivir a la noche, seguir el camino más corto para llegar a su destino escrito en la primera línea: “nada hacía prever una catástrofe el día que la mató”.

Ferdinand Bardamu, protagonista del Viaje al fin de la noche de Céline, se repetía a sí mismo: “a fuerza de verte echado a la calle en todas partes, seguro que acabarás descubriendo lo que da tanto miedo a todos, a todos esos cabrones, y que debe encontrarse al fin de la noche. ¡Por eso no van ellos al fin de la noche!”. Tamara Mortus ha perdido el miedo para hundirse en la ciudad insomne y descubrir que la muerte que veía en el espejo la acompañaba como asesina, y no como el cadáver con el que tanto fantaseaba: “su cuerpo desnudo, abandonado, yace sobre la mesa del forense. Al fin libre de todos los procesos vergonzosos: digerir, excretar, descomponerse lentamente”. La historia de Tamara es singular por algo que no debemos obviar. He mencionado a dos escritores (Charles Bukowski y Ferdinand Céline) que escriben de manera contundente, con crudeza y amargura. En las historias de ambos aparecen brevemente mujeres abandonadas, ebrias y depresivas como sus protagonistas, pero no podemos vislumbrar sus frustraciones y anhelos más profundos. En cambio, Pustkowiak reivindica las circunstancias de la ciudad salvaje en torno a su protagonista, y le exige al lector atención para reconocer cómo la ciudad y la noche tienen otro rostro al mirar a un cuerpo y a una conciencia femenina. Los pensamientos de Tamara son confesados al lector sin pelos en la lengua, con el compromiso único de honestidad consigo misma. Página tras página, ella comparte al lector experiencias y reflexiones de borrachera, pornografía, sexo, resaca, humillación, miedo y soledad, que adquieren significados diferentes en relación con el cuerpo de mujer que habitan: “temía la sobriedad y la pérdida de ilusiones referidas a su persona; mientras permanecía arropada por el alcohol y las drogas el mundo solo la golpeaba con un martillo de madera, no podía propinarle el golpe decisivo y tirarla de espaldas. […] Tamara temía, por supuesto, a la soledad. También temía la cotidianeidad, su rugosa factura. Sin embargo, ante todo temía las trampas que le preparaba su cuerpo y el paso de los años”.

La autora apuesta por esta necesaria perspectiva. Pero, durante el descenso de Tamara, la narradora lanza muchas esferas que entorpecen la lectura; opiniones innecesarias le impiden a la protagonista andar erguida en su historia: desafortunados simulacros de recuerdos y sueños actúan como lastre y disminuyen la soltura que necesita para guiarnos por la ciudad. Más de un capítulo está dedicado a pasajes del pasado un tanto innecesarios de los cuales podemos prescindir sin cuidado, pues los acontecimientos del fin de semana bastan para caracterizar a Tamara Mortus como una mujer que busca a la muerte y que no tiene nada que perder pues el destino ya está escrito. En este sentido, pierde el rumbo y somete al lector a leer esos capítulos a tientas, no por la oscuridad de la noche, o por alguna sinestesia narcótica, sino por la visión desenfocada que predomina en ellos. Además, contar chistes sin ton ni son como “si hoy fuera Halloween, Tamara podría disfrazarse de sí misma y ganar un concurso”, no complementa el lado resuelto de Tamara ni logra enfrentar las contradicciones de una mujer, sino que presenta, por el contrario, una figura torpe, en contraste con el resto de ella misma y de la novela.

Del resto de la fauna que al caer la noche se reúne en la ciudad no sabemos muy bien qué ha ido mal en su vida, pero la escritora esboza sus posibilidades individuales: un divorcio aquí, una desgracia social allá, una depresión incontrolable, un sentimiento de incertidumbre abrumadora… por más desafortunada que sea cada historia, el verdadero horror de la novela parece surgir de otra parte, de la forma en que cada crisis se desarrolla en completo aislamiento de sus vecinas. La distancia entre unos y otros es casi nula dentro de los bares atiborrados donde los cuerpos heridos se rozan, pero parece que han llegado de planetas distintos, pues el silencio y la indiferencia gobiernan sus encuentros. En medio del tumulto “lo único que quieres es que te limpien de la superficie del mundo, porque no tienes demasiado en común con él”.

En las grandes ciudades, donde muchos de nosotros estamos tristes, ansiosos, incompletos e inquietos, la soledad y el alcohol son los compañeros de piso de mujeres como Tamara. En su historia, además de una descripción del infierno solitario y de los síntomas de las deficiencias a lo largo de nuestra vida (aislamiento, miedo, adicciones y paranoia) se vislumbra la posibilidad de redención. Dejaremos de habitar ciudades extranjeras o de sentirnos extraterrestres cuando nos demos cuenta de que, de hecho, siempre estamos muy cerca de alguien tan miserable como nosotras. Por lo tanto, siempre deberíamos poder acercarnos a un vecino igualmente roto y lamentarnos al unísono. Hay criaturas semejantes entre los siete mil millones de nuestra especie. Están allí, pero hemos perdido toda la confianza en nuestro derecho a encontrarlos, la misma confianza “que hay que tener, realmente inmensa, para quedarse dormido del todo entre los hombres”, como escribió Céline. Nos sentimos aisladas no porque lo estemos, sino porque no estamos bien y muchas de las causas reales de nuestra miseria permanecen intactas. Ferdinand Bardamu aconseja “resignarnos a conocernos cada día un poco mejor, ya que nos falta el valor para acabar con nuestros propios lloriqueos de una vez por todas”. Los animales nocturnos están dispuestos a darnos su mano —si logramos superar el terror ante su aspecto cadavérico—, para guiarnos entre la noche, reconocernos entre ellos y reducir el peso de nuestra existencia hasta que nos encontremos con el irremediable destino común de la muerte.

 

 

 

  • Pamela De la Rosa noviembre 28, 2022 at 5:11 pm / Responder

    Muchas gracias por esta reseña, definitivamente este libro esta lleno de excesos, malas decisiones e historias intensas, pero nos cuenta una realidad en la que varias personas viven desafortunadamente. En cierta parte me enrede por la mención de dos distintos escritores, pero pude captar la idea de cada uno. La verdad si me da curiosidad el saber un poco mas de contexto de la vida de Tamara y saber que mas hará, espero leerlo pronto.

Publicar un comentario