Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Cine


Hu-Bo, An Elephant Sitting Still, China, 2019.


 An Elephant Sitting Still es la primera y única cinta del realizador chino Hu-Bo. La obra alcanza casi las cuatro horas de duración. Logró el elogio por parte de la crítica y de diversos compañeros del gremio, entre los que se encuentran su mentor y amigo Béla Tarr, Lee Chang-dong, Gus Van Sant o el documentalista Wang Bing, quien se refirió a su obra como un “meteoro cargado de amor y de sufrimiento que ha atravesado la noche del cine”. Se alzó con varios premios en la Berlinale, en el Festival de Cine Internacional de Hong Kong y el Festival de Cine de Taipéi.

Hu-Bo, nacido en 1988, no logró ver el montaje final de su película debido a su suicidio poco después de la finalización del rodaje. Su muerte se relaciona con una depresión por la que estaba pasando desde hacía tiempo. Dicha situación se acentuó por varias disputas que tuvo con la productora, ya que esta quería eliminar metraje para dejar la película sobre las dos horas. Finalmente, el film salió adelante gracias a la ayuda de amigos y familiares.

Hay que tener presente que Hu, antes de ser director, fue escritor, y su film está basado en el relato homónimo recogido en su libro Huge Crack, donde trata temas como la juventud china, vacía y destinada a la alienación social. Aunque el propio cineasta declaró en una entrevista que intentaba disociar la literatura del cine cuando trabajaba, en su ópera prima se aprecia una estela de simbolismo literario que no termina de transformar al lenguaje cinematográfico, pero que no por ello es menos brillante ni interesante. La película se ambienta en una ciudad sin nombre al norte de China donde se narra un día en la vida de cuatro personajes que se terminan cruzando con el deseo de ir a la ciudad de Manzhouli, donde hay un elefante de circo que está sentado y no se inmuta ante lo que sucede a su alrededor. Cada uno de los personajes quiere contemplar a su elefante particular por distintas razones.

Wei-Bu, el protagonista, se marcha huyendo de su situación familiar y evadiendo su responsabilidad tras haber enviado al hospital a un compañero del instituto que le hacía bullying. Es un personaje inexpresivo, sometido, resiliente, con algunos destellos de rabia contenida durante toda una vida que salen a la luz en un día insoportable. Algunos de estos temas los había tratado antes en su primer cortometraje, Distant Father, con el que ganó el premio a mejor director en el Golden Koala Chinese Film Festival, pero en este film se encuentran más desarrollados. El ambiente que rodea a Wei se ve reflejado en la mirada perdida del mismo, una ciudad con un cielo y edificios grises casi oscuros, con compañeros, profesores, familiares que no ven más allá de sí mismos. El lugar hace evidente las carencias que tiene un sistema que alardea de la modernidad y progreso que ya en la superficie se siente vacua. Un instituto que va a ser derribado para la construcción de apartamentos sin preocuparse por el futuro académico de los alumnos. Los profesionales tampoco aportan luz a los jóvenes: “When you graduate, most of you will become street food vendors”.

El particular e innegable estilo que desprende Hu en An Elephant Sitting Still ha sido relacionado, en cierta manera, con los primeros trabajos del cineasta Jia Zhangke y también con algunas escenas de la mastodóntica Sátántangó de su maestro Béla Tarr. Los largos planos-secuencia que observamos ponen de relieve la gran capacidad del joven tanto como guionista como realizador. En algunas escenas, parece que los personajes se desplazan al son de un silencio provocado por el sonido directo de un encuentro sin diálogo, lo que provoca ciertos deslices como ver el pie del cámara o cómo uno de los actores pasa por debajo de ésta para trasladarse de sitio. Asimismo, el sonido directo crea ciertos problemas que se han intentado resolver en la sala de postproducción con dudoso éxito. Pequeños fallos que no llegan a crear grandes manchas en la totalidad de la obra.

Los personajes deambulan por las calles sucias, aparentemente abandonadas, donde la pobreza prima, pero cuyo núcleo no se aleja de la ansiada clase media, mientras buscan alguna solución al problema inmediato que han encontrado ese día, un problema que, sin embargo, ha venido fraguándose en sus casas y en sus mentes desde hace tiempo. Una ciudad que solo es espectadora de lo que ha provocado pero a lo que no da ningún remedio, al igual que ninguno de sus habitantes. Todos caminan como pueden entre el aire gris que les ha otorgado la era posindustrial. Todos están perdidos y creen no saberlo. Huang-Ling, buscando el afecto y la atención que no recibe en casa, se ve envuelta en una relación afectuosa con el decano del instituto quien maneja la situación como quiere. Ambos pierden el control que creen tener al difundirse un vídeo que delata su romance. Él la echa de su vida, ella busca ayuda en su madre sin ningún resultado. Huang se ve acorralada y se marcha de casa después de haber propinado un par de golpes con un bate de beisbol a su ex-pareja y su mujer. La cámara parece no tener ningún impedimento en cuanto a su desplazamiento. Acompaña a la joven en la salida por la ventana de su habitación. Se mueve libre, todo lo contrario a los personajes a los que persigue desde un contrapicado casi constante. Intenta engrandecerlos en un escenario en el que parecen ser simples peones sin cabeza.

En un mundo donde la codicia humana lo inunda todo, el personaje más longevo, Wang-Jin, encuentra su remanso de paz en su nieta y su perro. Compañías que perderá si accede a entrar en el geriátrico que le ha pedido su hijo, para así poder vender su apartamento y que su hija estudie en un colegio mejor. Tras una vida dedicada al trabajo, el progenitor exige que sacrifique también su vejez por una causa que él cree más significativa. Tras el ataque de un perro perdido, el fiel compañero de Wang muere. Podemos establecer un paralelismo entre los cuatro personajes de la narración: personas sin rumbo con cadáveres de por medio que se marchan evitando las consecuencias. El anciano decide visitar su posible futuro hogar. En un largo travelling observamos las puertas abiertas y cerradas de las distintas habitaciones del geriátrico, que vistas desde una pequeña ventana con la que cuentan se asemejan a personas encarceladas. El hijo intenta animarlo diciendo que hay un sargento jubilado con el que no se sentirá tan solo, pero él también ha sucumbido a la miseria de una vida sin cuidados básicos. Es una de las escenas más bellas y trágicas de la película, a la que acompaña una excelente y potente banda sonora compuesta por Hualun, una banda china de rock instrumental que ha otorgado destellos de vida y solemnidad a la cinta china. En unos pocos minutos sin diálogo alguno percibimos una de las tesis de Hu: la soledad y miseria de la condición humana postmoderna no está ligada solo a una etapa de la misma, se estira tanto como la vida lo permita y, sobre todo, el dolor, con el tiempo, puede agudizarse hasta lo más íntimo de nuestro ser. “The world is a wasteland”, dice un estudiante mientras limpia el suelo del instituto que será derruido.

Las películas de Krzysztof Kieślowski han sido relacionadas con la cinematografía de Hu-Bo; sin embargo, no creo que se lo puede ligar más allá de las temáticas tratadas por ambos directores. Tanto la forma como el fondo que desprenden sus películas son completamente dispares, cada uno con su sello prodigioso. Son dos prismas con aristas por las que se traslucen la tristeza, el amor y la miseria humana que, al fin y al cabo, llegan a nosotros con imágenes de dos mundos completamente diferentes.

Aunque la ciudad esté revestida de un halo gris, donde parece que sus habitantes son hieráticos, también hay lugar para el amor, la pasión, los celos y la violencia, esta última poco explícita. Yu-Cheng, cabecilla de una banda de poca monta, provoca el suicidio de un amigo al acostarse con su ex-mujer. El momento en que su amigo se quita la vida es un claro ejemplo de cómo maneja de manera magistral el fuera de campo. Un acto tan inesperado queda atenuado con el traslado de su cuerpo más allá del cuadro. La evolución que tiene Yu en el transcurso de la historia es excelente, pese al poco tiempo que transcurre: desde el amanecer hasta el atardecer. Pero al ser un lapso de tiempo expandido y correctamente tratado es factible la transformación del arco dramático del personaje. La hospitalización de su hermano suscitada por Wei-Bu hará que el camino de ambos se cruce: enfrente de la cafetería, en el hospital, al lado de las vías del tren. En cada escenario, se muestra una parte distinta, tanto en Wei como en Yu. Avanzan a la vez, pero no juntos, cada uno por su camino, aunque buscando el mismo elefante de Manzhouli. Los cuatro personajes en los que el peso de la trama recae son casi exclusivamente el foco de cada secuencia, en el sentido en el que la lente de la cámara no tiene otro punto de enfoque que no sea sus rostros. An Elephant Sitting Still tiene caras propias y únicas y son las de los cuatro protagonistas, aspecto que da pie a que parezca que los personajes están recitando un monólogo. Asimismo, los actores y la actriz logran unas interpretaciones magníficas pese a la dificultad que supone hacerlo en planos-secuencias. Hacia el final de la película, Yu admite parte de la culpa en el suicidio de su amigo y llora. Las lágrimas que brotan de su rostro son aquellas que no se pueden repetir. Yu permite que Wei se marche, porque cree que su vida le hará pagar lo que ha hecho. Él se queda sangrando en el suelo a la espera de que su castigo se cierna sobre él y está preparado para lo que venga.

Al final, Huang-Ling acepta la proposición de su compañero Wei-Bu para ir a Manzhouli. En la estación de autobuses encontrarán al vecino de Wei, Wang-Jin, acompañado por su nieta. Todos han recorrido distintos senderos para llegar a un mismo destino. La ciudad y sus habitantes los han empujado a los límites de un precipicio donde la salvación es tirarse al mar y no caer sobre las rocas, sino sobre el cieno corruptible, pero dúctil. En la oscuridad de la noche, el bus se detiene, algunos pasajeros se bajan. Los tres protagonistas están rodeados por las tinieblas y solo se escucha el motor. No hay palabras que decir, no hay lágrimas que derramar, todo está en calma. Finalmente, se escucha el berrido de un elefante. Su esperanza está cerca, su nueva vida próxima, pero no sabemos si el gris de la ciudad que habitaban también llegará a Manzhouli

En la cálida carta de despedida de Béla Tarr a su discípulo declaraba: “He couldn’t accept the world and the world couldn’t accept him”. Quizás lo que sí podemos advertir después de ver An Elephant Sitting Still es que el autor ha contribuido a que nosotros podamos resistir el insoportable peso del mundo.

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