Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Lydia Millet, A Children’s Bible, Norton, Nueva York, 2020, 224 pp.


A Children’s Bible, de Lydia Millet, abre con la descripción de un lugar idílico en el campo en el que un grupo de niños de diferentes familias, obligados a acompañar a sus padres en sus vacaciones, crean sus propias complicadas dinámicas de convivencia para matar el tiempo. Pasando los días en total negligencia de sus tutores, que se han arrojado a los brazos del alcohol y las drogas mientras se rebajan, para asco de sus propios hijos, cada vez más al nivel de los animales, se ven obligados a arreglárselas por su cuenta cuando una tempestad de proporciones épicas convierte el sopor indolente de su pequeño paraíso en la pesadilla de la que los científicos ambientales han advertido por décadas. Es en este punto que lo que parecía ser una novela más de gente adinerada que se aísla del mundo en una casa de campo, se revela a sí misma como una fantasía apocalíptica en la que la generación más joven tiene que hacerse responsable de sobrevivir en el mundo creado por la indiferencia de los que vinieron antes que ellos

Como sugiere el título, la trama está plagada de referencias bíblicas. Estas son al mismo tiempo el mayor acierto y la mayor debilidad del libro. Por un lado, la premura y urgencia de la crisis ambiental amerita ser dimensionada en escalas bíblicas. Dado que la trama se desarrolla mayormente en lugares aislados donde los personajes encuentran refugio, son raras las ocasiones en que se describe el mundo después de la tormenta. Incluso el alcance del siniestro es apenas sugerido en uno que otro pasaje. Al estructurar la trama en paralelo de las Escrituras, los eventos toman prestado el peso de los pasajes a los que se refiere y no es necesario entrar en los pormenores para entender la gravedad de la situación. Por otro lado, las referencias llegan a ser tan obvias y frecuentes que terminan por ser disruptivas en lugar de aportar a los temas de la obra. En ocasiones la trama se tuerce en inconsistencias con el único fin de meter una referencia más; cuando esto sucede, la obra parece tratarse más de su propia referencialidad en lugar de que las referencias estén al servicio de la obra. No ayuda que algunos de los paralelos más obvios son señalados por los propios personajes, como cuando Jack, el niño que posee la Biblia infantil que da título a la obra,  le comenta a su hermana Evie (nuestra narradora) que su nombre es el mismo que el de la primera mujer; o cuando el mismo niño le menciona a sus compañeros que Burl, el personaje que los saca de la casa de campo para llevarlos a un lugar más seguro (porque vio como una señal de que algo malo se aproximaba  que una nube de mosquitos pululara encima de un matorral tupido de flores rojas como el fuego) apareció enredado en las hierbas del río sobrecrecido después de la tormenta como Moisés. En una obra que ya lleva “la Biblia” en el título y que ya incluye una Biblia infantil como metatexto, señalar este tipo de detalles se siente redundante.

A pesar de sus fallas, hay muchos aspectos de la novela que vale la pena resaltar. Si bien en ocasiones el texto que nutre la mayor parte de sus referencias corre peligro de tragársela (después de todo, no debe ser fácil ir de la mano con el que es posiblemente el libro más importante de la historia sin ser opacado en el intento), los momentos en que se logra un diálogo real entre ambos, lo hace de forma magistral. Episodios como cuando dos de los niños, inspirados por sus lecturas, deciden encerrar a todos los animales que puedan atrapar en el bosque para llevarlos consigo al refugio o cuando uno de los cuatro rescatistas que llegan inesperadamente al refugio termina por volverse en una figura similar a Cristo, cuando al principio pintaba para ser uno de los evangelistas, revelan que la novela está a la altura del reto que se puso a sí misma aunque no siempre lo logre. Quizá el aspecto  mejor logrado en este sentido, más que una referencia al contenido de la Biblia en sí, es un guiño a su impacto en la historia del mundo, pues los niños, en la tradición de los filósofos del Medievo, reinterpretan las Escrituras como un código en el que todo lo que está pasando ya estaba escrito; el secreto es saber que cuando se usa la palabra Dios, en realidad se refiere a la naturaleza mientras que, cuando se menciona a Jesús, en realidad se refiere a la ciencia que vino a explicarla, pero solo te puede salvar si crees en ella.

Quizá en otro guiño a la  tradición de literatura cristiana, el libro se sirve de la alegoría para hablar de un tema actual: la crisis ambiental y cómo la responsabilidad de lidiar con sus consecuencias no va a caer sobre los responsables de causarlas. Sin embargo, flaquea al estar montada en dos caballos, pues a pesar de que sus momentos más fuertes son cuando se va de lleno al ámbito alegórico, también intenta ser una novela postapocalíptica con más o menos todas las convenciones del género. Estos segundos son sus momentos más débiles. La narrativa se vuelve escueta y confusa en escenas de acción, como cuando una banda de rednecks, que se asemejan palidamente a los motoristas apocalípticos de Mad Max, invade la granja en que los niños se refugian. Asimismo, muchos detalles que en una narrativa tradicional de este tipo serían centrales para la trama (¿cómo consiguen comida?, ¿que está haciendo el gobierno?, ¿qué está pasando en otras partes del mundo?) se solucionan de manera escueta o son obviadas por completo. Quizá esto sea para que los  elementos de “literatura de género” no terminen por cobrar más peso que los aspectos principales o quizá más “literarios” de la obra. Sin embargo, otros textos que experimentan con elementos similares lo han logrado de forma más exitosa, por ejemplo: en Ensayo sobre la ceguera  de Saramago, otra novela alegórica con tintes bíblicos situada en medio de una catástrofe global, la narración está tan inclinada hacia lo alegórico que los personajes ni siquiera tienen nombre, de manera que el ambiente está tan enrarecido que los aspectos técnicos de la gran epidemia de ceguera  ni siquiera importan. En El señor de las moscas de Golding, otra novela con paralelismos bíblicos que trata sobre niños que tienen que organizarse en ausencia de los adultos, las referencias religiosas llegan a ser tan sutiles que podrían pasar desapercibidos sin que la obra pierda sentido. Incluso la película Mother! de Darren Aronofski, que si bien es dudosamente exitosa, es quizá la obra que más similitudes guarda con la novela de Millet (ambas alegorías bíblicas con mensaje ambientalista) debe concederse que al menos logra consistencia tonal entre sus elementos.

A pesar de sus fallas, A Children’s Bible de Millet es una novela que por momentos logra ser tan brillante que funciona como un todo. No es necesariamente un logro mayor dentro de las obras de su tipo, pero es un intento decente y posiblemente la que tiene el mensaje más actual y la que refleja mejor las preocupaciones de su época: en un mundo pandémico, en medio de una crisis ambiental y ante un panorama económico cada vez más incierto, el fin del mundo parece cada vez menos una ficción. El futuro que pinta Millet no ofrece soluciones, ni siquiera esperanzas, si acaso, solo la esperanza de que alguien tenga esperanza todavía y que eventualmente las cosas que creamos sean nuestro vehículo para sobrevivir.

 

 

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