Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Willis Barnstone, Poética de la traducción. Historia, teoría y práctica, traducción de Jorge Brash, Universidad Veracruzana, Xalapa, 2024, 426 pp.


Traducir es una labor innata y congénita al hombre, no solo en el hombre de letras, sino en el hombre común. Traducimos todo el tiempo, interpretamos todo el tiempo. Dice Barnstone: “Ni siquiera las cosas inertes, muertas, están quietas, sino en proceso de distorsión, en tránsito. El propio ojo contribuye al acto de recreación. Después de Babel somos testigos de la inconstante aunque eterna transformación de otra Babel”.

Traducimos porque queremos reconocernos en las palabras del otro, aunque el otro hable en una lengua distinta.

Willis Barnstone, además de teórico y académico respetado, es un traductor que durante décadas ha vertido al inglés lo mejor de la poesía en lengua española: de los Siglos de Oro al siglo XX. Sin embargo, Poética de la traducción. Historia, teoría y práctica no es un libro teórico o académico, sino una larga y amena reflexión sobre la historia, la teoría y la práctica de la traducción. El lector podrá encontrar a lo largo de todo el libro líneas como estas: “Una vez en Buenos Aires –fue en 1975 durante la Guerra Sucia–, Jorge Luis Borges, con quien me hallaba trabajando en la traducción de sus sonetos, me mandó decir con Carlos Frías que no había yo dado con una buena rima para ‘Walt Whitman’, que eran las dos últimas palabras del poema. Al verme protestar, Frías me informó fría aunque diplomáticamente: ‘Borges dijo que hicieras un mayor esfuerzo’ ”.

La historia de la traducción es la historia de los pueblos, del hombre mismo. Tenemos ejemplos desde la antigüedad hasta nuestros días que, gracias a la traducción, podemos tener acceso a otras culturas. Era común que los hombres de letras, los poetas, fueran los mayores y mejores traductores; tenemos ejemplos de sobra de cómo algunos autores, al traducir a otros a su lengua, pudieron escribir sus mejores obras. Un traductor, en realidad, perfecciona su propia lengua, al tiempo que conoce y descubre otra. Pero el gran beneficio para el traductor-escritor, es el desarrollo que logra de su propio expresión: “Una buena traducción es buena literatura”.

Es muy conocido el grabado San Jerónimo en su gabinete de Durero. El santo patrono de los traductores. No solo tradujo la Biblia del griego y el hebreo al latín, sino que viajó a Belem para perfeccionar sus conocimientos, para estar cerca del habla, encontrar el tono y sentir y vivir la lengua. No fue solamente un traductor, sino un intérprete, un exégeta de la Biblia. Además de lenguas, estudió filosofía y retórica, tenía como modelos latinos a Cicerón, Virgilio, Horacio y Quintiliano. Pasó de ser un gran viajero, a ser un asceta, tal y como lo describe en su grabado Durero. Esa imagen, la del traductor en su cámara, iluminado, más que recargado sumergido en el libro, es la idea que del traductor tenemos.

El traductor es un artista que acompaña al creador original a sobrevivir al tiempo, a las lenguas, a los hombres. Un traductor provee no solo un nuevo sentido a las palabras originales, sino que las acerca a una visión del mundo que, por supuesto, el artista primero jamás conoció.

“La traducción –dice Barnstone– es colaboración, la obra de dos artistas, o bien una obra de arte por partida doble”, y Octavio Paz –un autor multicitado en este libro– decía: “La poesía no espera solo su traducción sino otra sensibilidad. La poesía espera la traducción de un lector”. Quizá el último eslabón entre el autor, la obra y el traductor sea, como siempre suele ser, el lector.

Aunque buena parte del libro se centra en occidente y, sobre todo, en la Biblia y los libros sagrados, Barnstone no deja de lado oriente y recurre a muchos ejemplos ya no solo de traducción, si no de nuestra comprensión de esos países. Otro tema –más que autor– recurrente en el libro es Jorge Luis Borges. El autor de “Pierre Menard” es tratado aquí más que como autor, como poética de la traducción y su célebre cuento, ejemplo perfecto que le sirve a Barnstone para desarrollar también su idea del Quijote como traductor e intérprete.

Por lo aquí escrito podría parecer que Barnstone deslinda, al autor que se traduce, de la obra de arte, y coloca al traductor como el verdadero creador: nada más errado. Nuestro autor nos desglosa su poética de la traducción y está cierto de que: “A pesar de todo, las traducciones más logradas no son más que obras maestras de la recreación”, para lo cual debe leerse detenidamente su capítulo “Los grados de originalidad”.

No quiero aquí repasar todas las páginas dedicadas al lector, ni hacer un repaso por las teorías de la interpretación, pero sí insistir en lo que nos insiste Barnstone: “La vida se nos va leyéndonos y traduciéndonos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea”, la gran pregunta sería ¿qué tipo de traductores somos?

Por último, un elogio al traductor Jorge Brash. Brash ha traducido un sinnúmero de obras a lo largo de décadas: catálogos de arte (México: esplendores de treinta siglos), libros de ciencia (Ronald L. Giere: La explicación de la ciencia. El enfoque cognoscitivo), historia (Richard M. Morse: Resonancias del Nuevo Mundo; David M. Pletcher, La diplomacia de la anexión: Texas, Oregón y la guerra de 1847), poesía (Galway Kinnell: El libro de las pesadillas y Boleros), teatro (Jay Wright: Tres piezas teatrales), medicina (Francisco González Crussí: Breve historia de la medicina y Tripas llevan corazón), música (Artur Rubinstein: Mis años de juventud y Mi larga vida), teoría (Lane Cooper: Los efectos de la comedia, Tractatus Coislinianus; Georges Minois: Historia de la risa y de la burla. De la Antigüedad a la Edad Media e Historia de la risa y de la burla. Del Renacimiento a nuestros días), memorias (John McGahern: Memorias), entre muchos más. Es un traductor que pareciera haber seguido desde el inicio de su actividad la poética de Barnstone. Es de los pocos traductores que aman el idioma y veneran la lengua. Es imposible enmendarle línea, pues su pasión es el español. Nos permite leer en nuestra lengua libros como del que hasta aquí se ha hablado. Quien haya escrito la cuarta de forros del Poética de la traducción. Historia, teoría y práctica tiene razón al decir que “En palabras de Barnstone/Brash: ‘La traducción es el arte de la revelación. Hace que lo desconocido se vuelva conocido’ ”.

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