Karla Cornejo Villavicencio, Catalina, Oneworld Random House, Nueva York, 2024, 197 pp.
Catalina es la primera novela de la escritora ecuatoriana Karla Cornejo Villavicencio. No obstante, su voz ya había resonado en el ámbito cultural estadounidense en el 2010 con la publicación anónima de un ensayo titulado “I’m an ilegal immigrant at Harvard” en The Beast, una plataforma digital de amplia difusión. En este texto, Cornejo Villavicencio compartió sus experiencias y emociones como inmigrante indocumentada en Estados Unidos, desnudando la desolación y el desamparo de vivir en la sombra, sin una solución política que le abra la puerta hacia un futuro. Compartió que el hecho de “pertenecer a un lugar, pero el lugar a ella no” es como vivir un “purgatorio” perpetuo.
Diez años después, Cornejo Villavicencio obtuvo reconocimiento con su primer libro de ensayos, The Undocumented Americans (2020), finalista del “National Book Award”. Si bien en ese libro se enfocó en sus propias vivencias y en las de las comunidades latinoamericanas indocumentadas mediante entrevistas, en Catalina nos cuenta la historia de una joven de veinte años, estudiante en la Universidad de Harvard que, a primera vista, pareciera gozar de una vida privilegiada con un futuro prometedor. Pero pronto la trama da un giro: a diferencia de sus compañeros de la élite universitaria, ella es inmigrante indocumentada. Su futuro después de graduarse queda en manos del gobierno estadounidense, dejándola suspendida en el limbo. Con esta historia tan cercana a su biografía, la autora inaugura un interesante juego con la autoficción para desentrañar desde su experiencia personal las complejidades de la vida social y cultural estadounidense desde la perspectiva de una inmigrante indocumentada, ofreciendo así una mirada única y profunda sobre esta condición humana.
La novela está divida en cinco partes, siguiendo el ritmo de los últimos dos semestres universitarios y las vacaciones de verano e invierno, culminando en un epílogo. La historia comienza en el verano de 2010, un momento crucial en el que el presidente Barack Obama y el Congreso estadounidense decidirán el destino de los dreamers, los jóvenes indocumentados que, tras ser traídos al país durante su infancia, luchan por salir de las sombras y reclamar su derecho a trabajar y estudiar. Catalina Ituralde no es activista, pero sí es una de esas jóvenes que podría beneficiarse del Dream Act. Huérfana de padre y madre, a los cinco años fue adoptada por sus abuelos paternos, quienes ya vivían en Estados Unidos, pero volvieron a Cotopaxi, Ecuador, para llevarla con ellos y criarla en Estados Unidos.
Gracias al apoyo incondicional de sus abuelos indocumentados y su destacada inteligencia durante la preparatoria, Catalina obtiene una beca completa para cursar sus estudios en la universidad más prestigiosa de Estados Unidos. En el presente de la trama, Catalina realiza su servicio social en una reconocida revista literaria, pero no tiene un objetivo concreto en cuanto a su futuro profesional porque todo a su alrededor podría desvanecerse en segundos. La acecha la ansiedad y el desasosiego ante su realidad caótica. Su mayor temor es que, a pesar de terminar sus estudios, se vea obligada a aceptar trabajos físicamente demandantes y mal pagados, o peor aún, desde su punto de vista, enfrentar la deportación.
Envuelta en una situación personal precaria y en un espacio elitista en el que intenta mantenerse a flote, Catalina sobrevive casi por milagro gracias a la viva llama de sus deseos: aprender sobre su origen latinoamericano a través de las historias de su abuelo y profesores; escribir una tesis que por momentos le parece imposible escribir; ganar un premio con esa misma tesis que aún no ha comenzado; encontrar una solución para su estatus y el de los demás dreamers, y disfrutar de los placeres propios de su edad. Desde las primeras páginas, leemos a una joven irreverente, sin remordimientos y segura de sí misma, que nos cautiva con su energía y determinación: “I liked boys who leaned against walls, like Jordan Catalano, and boys who read DeLillo in the dining hall. I liked well-adjusted boys who were not hugged by their fathers and soulless boys with really cool moms. It didn’t matter who they were. It mattered who I was […] the same line would work on all of them. I can be devastating in bed”.
Sus virtudes las aprendió de Fernanda Maldonado y Francisco Ituralde, sus abuelos, quienes sacrificaron todo para brindarle a su nieta una mejor vida que en Ecuador no hubiese tenido por el hecho de ser mujer. Por un lado, la abuela, con una mirada triste que delata la ausencia de oportunidades, anhela para Catalina todo lo que ella no pudo conseguir: estudio, libertad, independencia económica y amor. Catalina, por supuesto, siente una profunda admiración por su abuela: “I knew in my heart that anything I had done or could do in America, my grandmother could have done more and better if she had only had the opportunity”. Por otro lado, el abuelo, un izquierdista apasionado por la cultura latinoamericana, cumple con la función de ser el primer maestro de Catalina en cuanto a lo latinoamericano se trata: “He knew in his flesh what I could only read about and I read a lot”. Posteriormente, el abuelo y los profesores arriban a la misma conclusión sobre el continente latinoamericano: “First came the Spaniards, then came petroleum, then came cocaine, then came NAFTA, and now we are all fucked”.
Así pues, consciente de los sacrificios de sus abuelos, el de sobrevivir en trabajos degradantes para proveer para su nieta, Catalina se hace una promesa “to make them proud in the only way I knew how”, mediante su intelecto. El mundo de la familia trasplantada estaba casi completo: “It was all very wholesome. The three of us were a family that did things together”. La familia, unida en su resistencia, sobrevive las crisis de depresión de Catalina, confecciona un mundo más soportable para su nieta, y ante la amenaza de deportación del abuelo, enfrenta con valor esa posibilidad.
En su recuento sobre los primeros años en la universidad, la protagonista nos relata los desencuentros culturales que experimentó al integrarse a la vida universitaria. Enfrenta a los círculos sociales de la élite intelectual con una actitud precavida rozando en lo burlesco, por lo que comienza a buscar a personas similares a ella. Encuentra a Delphine Rodríguez, una puertorriqueña de Tejas con quien comparte experiencias y aficiones: la muerte de la madre, gustos musicales similares y un sentido del humor ácido. Conoce también a Kyle Johnson, un estudiante y actor afroamericano, judío y el editor de The Crimson, la revista literaria de la universidad. Es Kyle quien la nomina para la sociedad secreta “Signet”, pero Catalina, sin ganas de pertenecer a ese círculo, autosabotea sus oportunidades de aceptación. Con Kyle desarrolla una amistad de confianza que le ofrece refugio cuando le comparte su estatus migratorio. Ya hacia su último año universitario, conoce a Nathaniel Wheeler, un estudiante de antropología, especialista en los Quipus del imperio Inca. Podríamos asumir que el interés de Catalina por Nathaniel inicia por afinidades intelectuales, pero esa sería una razón para no buscarlo, pues a Catalina le molesta la cosificación y el trueque de objetos latinoamericanos en manos extranjeras. La protagonista simplemente encuentra a Nathaniel guapo y lo desea sexualmente. Sin advertirlo, Nathaniel y su padre, un cineasta famoso que será clave para el futuro de Catalina y su familia, se unen a la lista de personas que intentan ayudarla, no sin obtener algún beneficio, por supuesto.
Por decisión de Catalina, Nathaniel y ella inician un vínculo de amigos con beneficios, un arreglo que le permite explorar el desamor como fuente de inspiración poética. “To be specific, I had decided I wanted to experience heartbreak […] all poets were heartbroken and in a state of perpetual losing and longing. The way Dante thought about Beatrice –lustful, obsessive, theatrical– is how I thought absolutely everything”. Para Catalina, la seducción es un juego divertido, aunque nada se materialice después. La conquista en sí misma es suficiente para saciar su apetito efímero, pues, como hemos visto, lo que le importa a Catalina no es el chico en cuestión, sino su propio deleite.
Ahora bien, la literatura y la escritura son las verdaderas pasiones de Catalina, de ahí que gran parte de sus referencias sean literarias. Se siente atraída por personajes inmigrantes como Jay Gatsby y admira la poesía y la vida alejada del círculo literario de Wallace Stevens, así como la obra de Salinger y Jamaica Kincaid. No obstante, a medida que se empapa del canon literario estadounidense, surge una desazón e incluso un rechazo al percibir su imposibilidad de reconocerse del todo en ese canon. Es entonces cuando busca refugio en la literatura latinoamericana, desde 2666 de Roberto Bolaño hasta Crónica de una muerte anunciada de García Márquez, entre otras obras. Catalina se vale de todas sus lecturas y agrega referencias de la cultura popular, como música, televisión y relatos orales para comprender su mundo interior y exterior.
El camino hacia el autoconocimiento y la comprensión del espacio que habita implica para Catalina enfrentar pequeñas pérdidas al confrontar dolorosas realidades. En el campus universitario se cuestiona los privilegios propios y ajenos, y se horroriza al reconocer la conexión entre su entorno y la crisis en México: “It was very hard to not blame my classmates. They were right here, playing ultimate frisbee and squash, buying pot from local Cambridge kids, fueling the crisis in Mexico. It wasn’t a moralistic stance. It was horror at the horror. I was part of the same ecosystem as the girls in Juárez passed hand to hand […] But I was also part of the same ecosystem as my classmates, that was part of the horror, too. Did my classmates ever think of us?”. La conciencia de este vínculo la llena de aversión, más aún, la indiferencia de sus compañeros ante las injusticias que sufren las mujeres en Ciudad Juárez, víctimas de violencia y explotación, la lastima irremediablemente.
Reflexiones y profundas críticas sociales de esta índole enriquecen los temas que la autora explora: la identidad, la clase social y la lucha por la legitimidad. A través de la poderosa voz de Catalina, Cornejo Villavicencio nos muestra la emocionante vida de una joven universitaria en busca de su lugar en un mundo que a menudo la rechaza. Con una escritura fluida, emotiva y salpicada de humor ácido, la autora nos seduce para invitarnos a reflexionar sobre las dificultades de los inmigrantes indocumentados y la necesidad de una reforma migratoria que les permita vivir sin miedo.