Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Adán Brand, Ferales, Medusa / UAA, Chihuahua / Aguascalientes, 2023, 84 pp.


Antecedido por Animalaria (Eximia, 2018), Todas las piedras angulares (UAN, 2022) y Péndulo y sextante (Eximia, 2002), Ferales es el poemario más reciente de Adán Brand. En esta cuarta entrega, el escritor hidrocálido parece haber terminado de desovillar el hilo de Ariadna que venía siguiendo desde su primer libro y ahora, una vez explorado el laberinto del Minotauro, devana la madeja a su regreso.

Dependiendo desde donde se le mire, Ferales es un umbral. Principio o final, en él confluyen leitmotifs que Brand ha encordelado a lo largo de sus cuatro poemarios, empezando por sus títulos bien meditados, pasando por la infancia, el lenguaje, las conflictivas polaridades –masculino/femenino, ciencia/religión, yo/otro, objetividad/subjetividad, hombre/naturaleza, pasado/presente, azar/certeza, sueño/realidad, alquimia/metafísica, origen/destino– y las sutiles paradojas que intervienen en el actuar humano, así como “el eco silencioso de la duda”, la zozobra y la búsqueda de identidad, sin olvidar un toque de humor crítico. Pero también termina nudos, refuerza otros e inicia nuevas tramas. A diferencia de Animalaria, Todas las piedras angulares y Péndulo y sextante, este libro se distingue por su erudición y su exquisita factura tanto en forma como en contenido. Aquí, su poesía se ha refinado y profundizado; merced a una aguda e irónica conciencia, adquiere complejidad y densidad.

Brand ha publicado con Eximia dos poemarios cuya edición es de filigrana, pero este libro-objeto con Medusa resulta una auténtica perla. La imagen de cubierta e interiores, por ejemplo, proviene de la desconcertante pintura My Children (ca. 1897), del profesor y artista estadounidense Abbott Handerson Thayer. En cuanto al animal marino que da nombre a la editorial, hace referencia a uno de los organismos vivos más antiguos sobre la Tierra, el cual, a pesar de su delicada apariencia, es mucho más complejo de lo que se percibe a simple vista. Pues bien, entre el poema de Brand, la pintura de Handerson Thayer y la medusa se intuye un vínculo soterrado que al final, si el lector ha sido aguzado, concluye de manera circular la propuesta estética de Ferales.

De principio a fin, este libro abunda en paratextos, claves y enigmas cuya guía, más que imponer una sola lectura, tiende vasos comunicantes con Animalaria y Péndulo y sextante del propio Brand, pero también con otras obras, otros autores, otros géneros e, incluso, otras artes y realidades o mundos posibles. No es gratuito que el título mismo [fe.’ra.les] aparezca escrito a la manera de una transcripción fonética, según los símbolos del Alfabeto Fonético Internacional; como tampoco son aleatorios los epígrafes –en orden de aparición: Noam Chomsky, Pedro Calderón de la Barca, Jorge Fernández Granados, Antonio Machado, Luis Eduardo García, Lope de Vega y Octavio Paz–, que abren sus nueve apartados –Το ‘Αλφα, Un umbral, Arcadia, Gazapo, Aveyron, ἥρως, El umbral, del otro lado, …και το Ωμέγα, Notas al margen– o las cuatro singulares notas a pie.

¿Pelean Peirce y Stein? En absoluto:

cada uno con sus armas

hace ver lo mismo:

“Rose is [not] a rose

is [not] a rose is [not] a rose”.

La Trahison des images

(el sintético tratado de Magritte)

abonará lo suyo:

no hay imagen —acústica o visual—

que pueda transformarse

en lo que nombra,

ni contener la multiplicación

de su sentido:

“Ceci n’est pas une pipe”;

ce n’est pas un poème.

Tampoco es un ensayo

(un basilisco, tal vez;

un catoblepas).

Todo esto, junto con las historias de los niños ferales Victor de L’Aveyron y Genie Wiley, estructura el texto de Brand y, al mismo tiempo, arroja al lector una cuestión que el poeta hidrocálido ya venía planteando desde Animalaria: “Es propio de los hombres / convertir el agua en símbolo / del tiempo, la rosa en entramado / ejemplo de latín, / el mundo entero en representación / de otro mundo hecho de signos” y por la cual muchas civilizaciones ya se han preguntado: ¿El lenguaje es el límite del mundo o el mundo es el límite del lenguaje? ¿Cómo y cuándo un ruido sin significado se transforma en sonido y obtiene sentido? De ahí el retorno a los griegos –como hace en Péndulo y sextante–, al Alfa y al Omega, a la alegoría platónica de la caverna, a la historia bíblica de la creación y naturaleza del hombre que concertan la hibridez de este poema-ensayo-bitácora-epístola-mito:

No hay aquí rómulos ni edipos

ni heracles, teseos o profetas

que separen las aguas de los mares.

Hay hijos de perra nada más;

cuartos oscuros y gazapos

llenos de terror y asombro;

lenguas entumidas a fuerza de silencio.

Hay al margen teorías filosóficas,

modelos lingüísticos,

engendros sin entrañas

rubricados en instituciones de prestigio.

Escritura intelectual y a la vez poética; paradójica como el gato de Schrödinger, como los semidioses grecorromanos o los trágicos niños ferales Víctor y Genie; oscura y luminosa a la vez; en ese juego de contrarios complementarios resulta imposible no relacionar parte de la propuesta de Ferales con la imaginación de Stéphane Mallarmé, Lewis Carroll, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar y con vanguardias como el surrealismo, el letrismo de Isidore Isou, el cine de la Nouvelle Vague, L’enfant souvage de Trauffaut e incluso con la reciente película de Lanthimos, Poor Things.

En sus reminiscencias barrocas y en la disposición conclusiva y circular de Ferales, además de una poética madurada y bien pensada, resuena la poesía desde Sor Juana hasta los Contemporáneos.

Giran en las periferias

del conjunto los espejos y el papel.

Periferias múltiples,

de límites difusos y cambiantes:

cabe una lámpara en la palma de la mano

y dentro de esa lámpara

un descomunal demonio;

cabe en una hoja el infinito

y cada breve espejo

guarda su puñado de sirenas.

En el centro de todo

(y en las orlas, los umbrales),

con su hambre inagotable y su rugido:

las palabras.

Si en Animalaria “el milagro es el azar y la materia, / el lenguaje que se cifra en todo ello”, en Ferales la reflexión en torno a al lenguaje-mímesis-poesía se da de distintas formas y al mismo tiempo:

Nada existe fuera de su cofre.

Magia:

conjuro de chistera,

de batuta

y un (h)atajo de palabras.

(el secreto bien guardado de un resorte

que sólo el mago del oráculo percibe).

Poema-espejo, en su reflexión nos devuelve la magia del lenguaje. Pero espejo que reflecta reflejos esperpénticos, Jean Itard (nos) pregunta:“¿Dónde está la humanidad de un ser humano? ¿Dónde su alma y su conciencia? Cómo han perdido estas preguntas su significado en las últimas jornadas; cómo me suenan huecas en los labios de mis compañeros —los de hoy y los de ayer y los que habrán de venir siglo tras siglo—. En el uso mercenario de la ciencia y la filosofía hemos dicho, a conveniencia, que hay Personas y personas; que el negro y la mujer son propiedades; que el indio es apenas un homínido inferior; que la sangre es pobre o elevada. Cómo enlodamos la razón y el milagro absoluto del idioma; cómo tendemos nuestras camas de Procusto y juzgamos el entorno según nuestra medida, como jueces y centro de las cosas, y no como esa mácula de azar que somos: apenas un suspiro en el vasto proceder del universo”.

Y si no somos héroes ni dioses, ¿qué nos hace humanos: la mente o el cuerpo? ¿el alma o el cerebro? ¿lo animal o lo divino?

Personas y naturaleza

surgen de un malentendido:

son carbono y accidente.

Nátura y personas

abrevaron de la misma fuente

pero forman ríos paralelos:

águila y sol de una única moneda

que gira para decidir al vencedor

de esta cíclica partida

de finales contrapuestos.

(No hay mucho qué decir:

la suerte no estará de nuestro lado.)

Bestias o semidioses, cara y cruz de una misma moneda, lo que posiblemente nos haga humanos sea nuestra capacidad de producir signos, nuestra obsesión por descifrar y cifrar el mundo una y otra vez, crear ficciones y mentir “con el truco verosímil de la lengua”:

Habitamos fácilmente los complejos

sistemas simbólicos de la cultura

y no existe lengua sin poesía.

Somos la especie que puede imaginar

lo que no existe.

Filosofía y poesía, correlatos como los morfológicos y fisiológicos a los que remite el poemario, así como al doble significado de la ontogenia y la filogenia, a la manera de Jano o como Piglia sugiriera en su famoso ensayo sobre el cuento, Ferales nos cuenta dos historias como si fueran una sola, nos ofrece las dos caras del lenguaje.

En un ensayo entorno a la obra de William Carlos Williams, Adán Brand, poeta y maestro en Lingüística Aplicada, retoma una de las propuestas de María Zambrano sobre el origen común de la religión, la filosofía, las ciencias y la poesía: “en un principio, la palabra fue ese eje integrador, la piedra fundamental para comunicarnos con lo desconocido, para acceder al territorio de lo sagrado (los dioses y el conocimiento)”. Pues bien, con este libro Brand desarma por igual métodos de investigación, definiciones del lenguaje, idealizaciones de la infancia y el modelo de poesía mismo a través de dos niños ferales cuya dramática vida nos interpela a preguntarnos –más allá de la “verdadera” lengua de los primeros hombres en el Paraíso o si a un niño no se le dirige la palabra, “naturalmente” hablará su idioma originario, es decir, el de Dios–, sobre la propia condición humana.

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