Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Marina Tsvietáieva, Cartas a Anna Tesková (novela epistolar), traducción y notas de Selma Ancira, Universidad Veracruzana, Xalapa, 2024, 405 pp.


Marina Tsvietáieva tenía 29 años cuando en 1922 decidió emprender el camino del exilio para seguir a su marido, a la sazón refugiado en Praga. Cuatro años atrás, Serguéi Efrón se había alistado en el ejército blanco para combatir a los rojos, el ejército revolucionario fundado por Trotski. La marcha tras su encuentro no es una cuestión menor en la biografía de una de las poetas más relevantes de la literatura rusa del siglo xx debido, sobre todo, al giro ideológico que años más tarde Efrón experimentó hasta convertirse en agente soviético, decisión que determinaría el trágico final de ambos a su vuelta a la Unión Soviética. Tsvietáieva era consciente de que los hechos de su propia vida constituían el origen de su obra poética y prosística, y estos guardan relación directa con sus años de exilio, de 1922 a 1939, uno de los periodos más fecundos relativo al conjunto de su obra literaria del que da cuenta Marina en sus Cartas a Anna Tesková.

Cierto es que el tiempo histórico que le tocó vivir, además de las circunstancias familiares, fue por demás problemático: se sitúa entre el derrumbe del Imperio ruso, la imposición del comunismo en sus antiguos territorios y el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Marina, hija de un prominente filólogo e historiador de arte y de una talentosa pianista ‒de quienes heredó su carácter espartano, según confesión suya‒, nació en Moscú en 1892, es decir en un país y una cultura configurados bajo la sombra del régimen zarista. Y aunque por voluntad propia siempre se sustrajo de toda participación política, no ocultó su rechazo a la Revolución de Octubre de 1917 desde sus comienzos, a la vez que mantenía relaciones estrechas con intelectuales y poetas promotores de la causa bolchevique, como lo fueron Boris Pasternak y Vladímir Maiakovski.

Desde muy joven, Marina fue una autora no solo respetada en los círculos de poetas, sino que sus versos gozaban de la aprobación popular, a despecho del propio Stalin, quien parecía apreciar solo a los escritores que eran ideológicamente afines a sus políticas colectivistas. Y aquellos escritores disidentes, los que lograron sobrevivir ilesos a su régimen de terror o los que escaparon del país, no pudieron evitar la humillación pública que conllevó la censura o el olvido de sus obras. El desenlace de las vidas de cada uno de los miembros de la familia Efrón solo confirma que los temores de Marina en sus años de destierro no eran infundados. Antes de su partida, había publicado los volúmenes de poesía Álbum vespertino (1910), Linterna mágica (1912) y Verstas (1916), este último considerado su primer libro de madurez a razón de que exhibe sus dotes para la experimentación y la innovación métrica y sintáctica que persistirían en el resto de sus poesías y en sus numerosos escritos en prosa.

Si ella opta por rehuir de la esfera política, en el terreno literario asimismo rechazará involucrarse en los movimientos de vanguardia, no porque le desagradaran las propuestas estéticas que proponían, por ejemplo, los acmeístas de la Edad de Plata (admiraba sinceramente a Anna Ajmátova, su compañera de generación), o más tarde las de los futuristas, comprometidos en su mayoría con el socialismo. En “Respuesta a un cuestionario”, fechado en 1926, deja clara su postura: “No sé de influencias literarias, sé de influencias humanas” y “Jamás pertenecí ni pertenezco a ningún movimiento literario o político”.

Para conocer más de esas influencias humanas a las que se refiere la Marina expatriada, de los círculos intelectuales con los que tuvo que tratar, de las vicisitudes que pasó para dar a conocer su producción literaria (“en Rusia soy un poeta sin libros, aquí – soy un poeta sin lectores. Lo que hago, no lo necesita nadie.”) y de los sinsabores y placeres de su vida cotidiana durante los 17 años que duró su exilio, dejen que sea ella misma quien se los relate, esta vez no mediante poemas sino a través de 138 cartas dirigidas a una amiga checa que conoció en Praga en 1922, tras una breve parada en Berlín luego de abandonar Rusia. Si bien las Cartas a Anna Tesková pertenecen al ámbito privado que comparten dos personas, la que en ellas comunica es solo Marina puesto que de su destinataria solo se conservaron 11 misivas, cuyo contenido se desconoce en su mayor parte. Y no es que la poesía esté ausente, todo lo contrario; comparte con su amiga adelantos de los poemas que escribe o de sus lecturas de otros poetas, para cuya traducción Ancira contó con el apoyo del también poeta Francisco Segovia. Por añadidura, las cartas que Marina remitiera a Tesková constituyen una fuente de la que mana la más alta poesía en prosa a la que la autora rusa nos tiene habituados, gracias al magisterio traductor de Ancira en obras anteriores a esta. Si algo recuerdan de El diablo, Mi Pushkin, Mi padre y su museo o de Mi madre y la música, por mencionar solo un puñado de títulos, sabrán de lo que hablo. Y cómo no recordar Cartas del verano de 1926 (México, Siglo Veintiuno, 1984), libro con el que Ancira introduce la obra y el nombre de Marina Tsvietáieva al orbe de habla española.

Pero, ¿quién era Anna Tesková? Ancira da la siguiente respuesta en su prólogo, además de enfatizar los afanes de su colega traductora “para acercar las dos literaturas que amaba: la rusa y la checa”:

Tesková había nacido en Praga en 1872. Al año de su nacimiento, la familia se trasladó a Moscú, donde su padre, Antonin Teska, consiguió labrarse una sólida posición llegando a ser director de una fábrica de cerveza. La madre de Tesková, como la de Tsvietáieva, se dedicaba a la música.

[…] Escribía, traducía, organizaba conferencias y veladas literarias. Escribió, entre otros textos, una serie de artículos sobre Dostoievski, de quien además tradujo la novela Humillados y ofendidos. También tradujo a Tolstói, Guerra y paz, pero no sola, sino conjuntamente con dos colegas. ¡Una traducción a seis manos! De Tsvietáieva trasladó al checo solo un texto, el que Marina había dedicado a Rilke: “Tu muerte”, se llama.

En 1925, Marina se traslada de Bohemia a París con sus hijos, Alia y Gueorgui (más tarde los alcanzará Efrón), con la idea de que pronto estarían de vuelta. París era el destino favorito de la mayoría de los antisoviéticos inmigrantes rusos porque históricamente Rusia había manifestado un respeto reverencial por la Europa occidental y, en especial, por la cultura francesa. Tsvietáieva fue educada bajo esta impronta, dominaba su lengua, su literatura le era familiar y Napoleón se erigía como el mayor de sus héroes. Por el contrario, los franceses, y demás naciones europeas ‒que llevaban siglos temiendo las gestas expansionistas rusas, así en el Este como en el Oeste‒, consideraban a los rusos un pueblo de bárbaros con apenas una pátina de civilización, esto es, una raza inferior, de ahí la dificultad de los inmigrantes para asimilarse al país de acogida. Marina, que de continuo se mantuvo en los márgenes de la comunidad de exiliados, sabía lo que estos opinaban de ella a sus espaldas, conforme a la descripción que le hace a su amiga Vera Bunina: “Unos me creen bolchevique, otros monárquica, otros incluso piensan que soy ambas cosas, y ninguno comprende de qué se trata”. De tal incomprensión sabría Tesková: la marginalidad por partida doble de su amiga requeriría de su solidaridad en más de una ocasión.

Catorce años pasaron y jamás volvieron a Praga, la ciudad más amada por Marina, aun por encima de Moscú. Son justo estos los años cuando se da el mayor intercambio de correspondencia entre ella y Tesková. En el plano más personal e íntimo, Marina sentía por Anna Antónovna un cariño desmedido que nunca se guardó. Y sí, la singular personalidad de la remitente queda expuesta igualmente en estas epístolas, derivada de las exigencias con ella misma y con el resto, de sus decepciones amorosas y familiares y de sus relaciones fallidas con conocidos de la diáspora rusa, de las interminables tareas domésticas y de su justificada inconformidad con las miserias del día a día; y, lo que es una constante, del escaso tiempo para sentarse a escribir por la falta de apoyo familiar: “Quítenme la escritura ‒y no viviré, así de sencillo, no querré, no podré. En la Rusia soviética sobreviví solo gracias a la escritura. Y todos estos años, en el extranjero, mi cuaderno es quien me ha mantenido viva. Ese es mi destino. Trabajo para mí y salud para los míos ‒con el corazón en la mano, no necesito nada más”, se lamenta. En pocas palabras, lo que Marina hace en la mayor parte de las cartas enviadas a su amiga y confidente es revelarle su ser incompatible con la vida real que el destierro le ofrecía.

A más del cariño, producto de la confianza que le tenía, Marina le expresa una y otra vez su enorme gratitud por dar respuesta a las numerosas demandas que subsanarán la extrema dureza de su vida mientras se mudaba de un lugar a otro en los alrededores de París, lo que acentuaba su aislamiento y soledad. De lo que trata, pues, este libro es de la amistad incondicional entre dos mujeres que trasciende el vínculo meramente literario: “le agradezco de todo corazón su ayuda, en esta vida solo los líricos actúan. Créame, no es una paradoja”. Mujer al fin, Marina se toma su tiempo para darle instrucciones precisas de cómo llevar a cabo cada uno de sus requerimientos, lo que revela por otra parte su carácter obsesivo y, por momentos, hasta exigente.

La lista de peticiones de la rusa es interminable, al punto de que mantiene al lector en una constante expectativa: “siempre me siento incómoda de pedir, pero no tengo yo la culpa, sino el siglo, que daría a diez Pushkin a cambio de un coche más”, afirma. ¿Recuperará Anna finalmente la cesta que contenía ropa, cartas, libros, sartenes y un hornillo de petróleo que Marina dejó en Bohemia y que ahora necesita con urgencia en Francia? ¿Logrará ayudarla en la venta de suscripciones para que la escritora pueda por fin publicar su poemario, el último de su vida, Después de Rusia? ¿Qué tal le llevará en Praga la organización de una velada literaria o las gestiones ante el gobierno checo para que le sostenga la única beca con la que sobrevive la familia Efrón? A esto añádase la petición de vestidos, zapatos, ropa infantil y una camita para Mur, una piel de oveja para la confección de un abrigo que le baste para encarar el próximo invierno, un collar de ámbar, libros, préstamos de dinero para el pago de la renta vencida con la promesa de devolverlo. Y aunque desconozcamos las respuestas directas de Tesková a todas sus peticiones, por Marina sabemos de los actos de aquella, que por sí solos hablan de la calidad de amiga que Anna fue. Sin embargo, la paciencia de Tesková parece tambalearse con alguna de las llamadas de auxilio de Marina cuando en una carta a un amigo, fechada el 4 de octubre de 1929, le confiesa exhausta: “lo abandonaría todo y saldría huyendo a la aldea”, sin saber que aún les quedaba una década de relación amistosa.

Peticiones no tan mundanas como podría parecer, que se suman al resto de los pasajes líricos con una gran carga emotiva hasta la última carta, fechada el 12 de junio de 1939, “en un tren que aún está detenido”, agrega la pasajera, consciente de que la llevaría al encuentro con su fatal destino, a pesar de haber sostenido, mientras se preparaba para el retorno, la ilusión de que en la Rusia soviética un escritor, como lo era ella, podría ser necesario. Tal vez sea por este lirismo que Ancira le añadió al título original el subtítulo de novela epistolar ‒como es también conocido este recuento por los lectores de la lengua materna de Tsvietáieva‒, ya que por las distintas tramas de su relación epistolar y por los numerosos involucrados en la historia de su destierro bien puede leerse como una novela autobiográfica narrada en primera persona. Pero recuérdese que no estamos ante un relato de ficción, si se asume que Marina Tsvietáieva no es un personaje, sino una poeta con vida operatoria dentro de un marco histórico, que Selma Ancira contextualiza de manera sabia y puntual a lo largo de las 831 notas a pie de página contenidas en este libro conmovedor, cuya vigencia es incuestionable de cara a los autoritarismos de las izquierdas globalistas.

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