Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Benjamín Labatut, Maniac, Anagrama, Barcelona, 2023, 400 pp.


Aterricé en la narrativa de Benjamín Labatut (Rotterdam, 1980) a partir de la lectura de Un verdor terrible luego de que me lo recomendó la poeta Carmen Ávila. También influyó mi curiosidad por los temas científicos y de divulgación. Leí esa novela —porque no deja de ser una obra de ficción— como si se tratara de un libro de ciencia. Considero que existen rasgos constantes en la obra labatuniana, cierta unidad de expresión que conforma el estilo, cierto carácter personal que le da un sabor particular a su narrativa. Vemos esta expresión en las obsesiones, las preocupaciones, las temáticas que se abordan, casi siempre en el terreno tecnológico y científico. Existen algunas recurrencias que lo vuelven familiar cuando ya hemos leído más de un libro de él: ese carácter que tiene de ser un poco un narrador de ficción, algo de historiador de la ciencia, otro tanto de ensayista y mucho de divulgador científico que hace que el autor se vuelva entrañable. Es un hecho que a Benjamín Labatut le gustan las ciencias, pero también las personalidades que cambian los paradigmas científicos; la estrecha relación entre la psicología de un personaje histórico y sus motivaciones para aprehender la realidad a partir de la abstracción, la creatividad, los procesos de verificación, la intuición genial, la elaboración de teorías. A Labatut le interesa el intelecto y sus abismos. Ha conseguido hilar esas corrientes de pensamiento embrionarias que dan lugar a los logros científicos para luego engendrar un conjunto de relatos que expresan nuestras preocupaciones como humanidad y nuestros cuestionamientos sobre el desarrollo de la civilización.

 Pero las preocupaciones de Labatut no solo están en la ciencia hegemónica y el empirismo racionalista. En uno de sus  textos, Después de la luz,se dedica a establecer correspondencias entre temas que se sitúan entre lo esotérico, lo místico, lo religioso y lo filosófico. Cuando leí ese extraño ensayo hecho de sentencias cortas, de párrafos que parecían aforismos, noté un tono disperso, un tanto divagante. En este pequeño libro, Labatut no excluye lo personal, su forma de concebirse en el universo, de plantear sus interrogantes personales. Después de la luz es un ensayo hecho de pequeñas sentencias y lo divide en cuatro partes o fases: “Nigredo”, “Albedo”, “Citrinitas” y “Rubedo”. Estos capítulos retoman el conocimiento alquímico en donde la materia pasa por distintos procesos de elaboración, de transmutación. Para Labatut, el viaje de los elementos en sus distintas etapas también es el viaje de las transformaciones del ser, de sus mutaciones: la búsqueda del conocimiento, nuestra percepción de la realidad hasta llegar a la iluminación. Lo que empieza con el plomo concluirá con el oro. Labatut concibe su texto como un proceso que transformación que le permite llegar hasta la fase final de la materia. El autor  iniciará su ensayo a partir de la nada: el cero, el Big Bang, la sombra que precede la luz, la muerte térmica anterior a universo. Si Nigredo es la tumba y la oscuridad, la fase final será el Rubedo: “la consolidación de la Obra, la piedra roja, la coronación del nuevo rey”, según nos dice. Labatut utiliza un lenguaje en donde se funde la poesía de lo místico con la certeza de los datos, la claridad de las teorías científicas que pretenden entender el mundo. Ese tono disperso hace que el texto en general parezca un coctel de creencias, una mezcla entre anecdotario, diario, noctario, breviario en donde se dan cita la razón, el sueño, la locura, lo irracional, el sentimiento místico.

Para Labatut, las demarcaciones entre la creatividad, el genio y la locura son bastante difusas y tienen una relación intrínseca, por lo que se nutren entre ellas. No puede existir la creatividad lógica y racionalista sin el impulso irracional e intuitivo que la detona. Para muestra, esa serie de reflexiones en La piedra de la locura. Labatut habla sobre personajes reales, sobre biografías de personajes limítrofes. Explorar esos hilos conductores entre la creatividad y la manía  lo ha llevado realizar crónicas sobre hombres de ciencias, matemáticos, científicos, físicos, químicos. Labatut ha sorprendido con una narrativa que, si bien es ficción, tiene características de divulgación. Es un tanto difícil clasificar a Labatut pero podemos concluir que hace novelas históricas, lo cual le otorga un carácter ficcional a su obra, pero al decir “ficcional” no intento suponer que el autor falsea la naturaleza de los hechos. Lo que hace es evidenciarlos, hacerlos visibles y asequibles para el gran público. En La piedra de la locura explora personalidades como Howard Philip Lovecraft, el matemático David Hilbert y el escritor de ciencia ficción Philip K. Dick. El autor encuentra similitudes y paralelismos entre estos tres personajes. Hay algo en su comprensión del mundo que excede la normalidad y los lleva a un territorio singular ubicado entre la razón y la locura. Entender algo —un descubrimiento excepcional, una cosmogonía inédita, una nueva ley matemática, un teorema, la concepción de una teoría— es señalar una frontera que, a simple vista, no se vislumbra para el común de los mortales. De ahí el carácter extravagante de alguien como Lovecraft, quien nos describe en sus obras un conocimiento atávico hecho de creencias antediluvianas, arcaicas, que hablan de mitologías olvidadas por la humanidad y entidades que moran en los entretelones de nuestra realidad visible. Lovecraft describe dioses antiguos y olvidados que habitan oscuros abismos. Concibe sus sueños como revelación, como augurios. Esos sueños son la arcilla que forma imágenes de deidades antiquísimas, más antiguas que las pirámides.

 Mientras Lovecraft confía en sus sueños e intuiciones, el matemático más importante del siglo XX, David Hilbert, busca condensar toda la complejidad de las matemáticas en unos cuantos “axiomas lógicos incuestionables”. Para Hilbert, “no existen ningún límite ontológico a nuestro conocimiento” y “nunca debemos aceptar lo incognoscible”. Si Lovecraft abreva de la revelación y la intuición, Hilbert lleva la lógica racional hacia sus propios límites. Ambos dudan de las certezas conocidas. Ya en 1977, el escritor de ciencia ficción Philip K. Dick habla en una conferencia acerca de universos alternos, de tensiones entre la realidad y la alucinación, de líneas de tiempo alternativas y también de la noción de que quizás el mundo en el que vivimos no es real y se trata de una alucinación colectiva. Estas dudas sobre la naturaleza de la realidad están presentes en muchas de sus obras. Sus delirios nos siguen acompañando en sus conceptos, en sus narrativas que han inspirado la ciencia ficción de nuestros días. Para Lovecraft, Hilbert o Philip K. Dick, nuestra comprensión del mundo está incompleta, hay un misterio que nos excede y siempre podemos cuestionar esos supuestos que forman nuestro sentido común. Sus visiones y profecías buscan señalar que el mundo es mucho más misterioso de lo que solemos concebir. Labatut duda de la validez de una realidad fundada solo en la razón lógica y ese “castillo de razón y orden que hemos construido” está cercado por todas partes, amenazando la seguridad de nuestros supuestos o de nuestras certezas más preciadas.

Quizá el libro que causó una verdadera conmoción entre los lectores y la crítica y, de alguna manera, lo consolidó entre el público, sea Un verdor terrible. En Un verdor terrible se hallan una serie de relatos acerca de logros, de ambiciones, de retos, pero también un retrato de los abismos que derivan de nuestros deseos de comprender el mundo. En estas aproximaciones abisales a los hombres de ciencia, el autor combina elementos reales con detalles ficticios. Hacer ciencia es jugar a comprender la mente de Dios —parafraseando a Einstein—. Los personajes de Benjamín Labatut viven en la frontera de una revelación, de una inminencia que los convertirá en Prometeos modernos capaces de entregar la llama civilizadora. El libro consta de una serie de relatos, un poco ensayos, un poco crónicas, acerca de los paradigmas científicos que conforman nuestra cosmovisión del mundo: los agujeros negros a partir de la singularidad de Schwarzschild; la relatividad general de Einstein; los descubrimientos del químico Fritz Haber para BASF —en lo que se conoce como el proceso Haber-Bosch para la elaboración de fertilizante— que detonaron el movimiento verde y provocaron la explosión demográfica del siglo XX; el principio de incertidumbre de Heisenberg: el reino de la física cuántica en donde se dispersa cualquier certeza lógica que tengamos previamente acerca de la naturaleza de la materia y que sepulta a la física clásica; la visión de Schrödinger contra la de Heisenberg teniendo como árbitros a Niels Bohr y Albert Einstein en los descubrimientos y postulados de la mecánica cuántica establecidos en la Escuela de Copenhague. O bien, la descripción de matemáticos como Grigori Perelman, quien terminó sus días alejándose de la mirada pública y la vida académica al rechazar la medalla Fields luego de sus logros científicos que lo llevaron a la fama mundial. El estilo del autor sabe condensar una gran cantidad de información en términos simples y sintetizar complejas teorías físicas y matemáticas en un lenguaje que pueda ser comprendido por cualquier profano.   

En su más reciente novela —y hablo de la novela como el género de géneros, un cajón de sastre en donde todo cabe—, Maniac, el autorretoma el nombre de la computadora creada por John von Neumann (MANIAC). Se dice que las computadoras modernas fueron inspiradas en la arquitectura concebida por este científico, la influencia de este en el desarrollo de la inteligencia artificial es determinante y no podría entenderse la computación actual sin su influencia. El libro de Labatut  consta de tres relatos. El primero es una relación acerca del crimen cometido por Paul Ehrenfest, un científico austríaco asediado por el delirio, quien, en un arrebato de desesperación y de locura, le dispara a su hijo para luego suicidarse, capítulo llamado “Paul, o el descubrimiento de lo irracional”; la segunda parte, llamada “John, o los delirios de la razón”, habla propiamente de John von Neumann y el contexto en el que se desarrollaron las primeras computadoras como la ENIAC, la fabricación de la bomba atómica por parte de un grupo de científicos, en su mayoría judíos, y los postulados matemáticos del científico en cuestión. La tercera parte, llamada “Lee, o los delirios de la inteligencia artificial” refiere la partida entre la computadora creada por  DeepMind —subsidiaria de la matriz de Google, Alphabet Inc.— para jugar al Go, AlphaGo en contra del campeón mundial coreano, Lee Sedol y las implicaciones éticas relacionados con el uso de la inteligencia artificial en nuestro contexto.

Maniac se adentra en el drama humano de transformar el mundo, pero también en los abismos a los que nos puede llevar la inteligencia, el afán de entender la realidad y la naturaleza. Como en Doktor Faustus de Thomas Mann, el genio trae consigo pagar un precio, y este tiene que ver con la pérdida de la salud mental. Personajes geniales terminan con colapsos mentales. La suspicacia e intuición que les permitió descubrir los entresijos de la realidad para formular una teoría o hipótesis innovadora se vierte en contra de ellos, llevándolos al delirio y a la sinrazón. Una razón que engendra sueños que devienen en pesadillas, tal y como fue el destino de Kurt Gödel. Si este introdujo la incertidumbre en las matemáticas a partir de sus postulados, esta incertidumbre le fue revertida en forma de una visión “deforme y torcida de la realidad”. Gödel veía amenazas por todas partes, enemigos en forma de espectros que lo amenazaban. Temeroso de ser envenenado, solo consumía papilla para bebés y laxantes. El estudio de este tipo de personalidades revela situaciones que lindan con lo patológico. Siempre es posible cuestionarse qué función tuvo una personalidad paranoica como la de Gödel en la necesidad de verificar y cuestionar la lógica matemática hasta sus límites. O el caso de John von Neumann, cuya inteligencia, intuición y creatividad lindaban lo sobrenatural y murió aterrorizado por sus delirios y alucinaciones, y custodiado por elementos del ejército, quienes lo consideraban como un “un bien estratégico” capaz de resolver todo tipo de problemáticas. La cualidad de Benjamín Labatut es poder convencernos de que la realidad en la que vivimos es misteriosa. Su talento estriba en remarcar la atención sobre la espectacularidad que supone el pensamiento científico y los protagonistas que lo conforman.

Labatut está muy influenciado por Roberto Bolaño y Maniac se asemeja un poco a Los detectives salvajes en el sentido en que está organizado en tres partes y la fase  intermedia es un conjunto de referencias o relaciones de las personas que conocieron al personaje en cuestión —en este caso, von Neumann—. De alguna forma, es una obra polifónica y multivocal, en donde los múltiples relatos tienen una impronta distinta, dependiendo del personaje que monologa. Si el ser humano es un complejo poliedro, cada relato contribuye a señalar su complejidad. Este modelo wellesiano nos lleva a pensar en lo contradictorio que puede llegar a ser un personaje cuando confrontamos las distintas versiones de quienes lo conocieron.

John von Neumann, como un científico fuera de serie, estaba obsesionado con las computadoras. El modelo de computación que él creó tenía un uso universal y fue considerado innovador en su momento. A diferencia de la ENIAC, la MANIAC no necesitaba recablearse o reconfigurarse; era una máquina de uso general que sirvió para hacer los complejos cálculos en la construcción y detonación de la primera bomba de hidrógeno, entre otras aplicaciones. El avance en la computación digital estuvo de la mano con el desarrollo de armas nucleares a partir del proyecto liderado por Oppenheimer en Los Álamos. Si la computadora de von Neumann sembró la muerte, también sus modelos teóricos sirvieron para descifrar el código de la vida. El ARN y el ADN, antes de ser descubrimientos biológicos, fueron intuiciones matemáticas derivadas de las investigaciones del científico. Von Neumann era “un biólogo matemático y un genetista viral. Y despreciado por ambos” —como nos dice uno de los personajes de la novela—. El matemático fue un visionario, se adelantó a las computadoras personales, a los modelos de inteligencia artificial, a los viajes espaciales y la colonización de otros planetas. Tenía una capacidad impresionante para resolver problemas, de ahí que tuviera las manos metidas en muchos proyectos gubernamentales durante la Segunda Guerra Mundial —fue consultor externo en el Proyecto Manhattan— y en la Guerra Fría. Asimismo, fue un elemento muy valioso en diversos programas científicos liderados por el gobierno estadounidense.   

La inteligencia artificial, el machine learning —aprendizaje automático— y los avances en la computación le deben mucho a las investigaciones y artículos de von Neumann. La continuación del relato sobre el científico húngaro es la saga que registra su descendencia computacional. La tercera parte aborda dos temas: el juego del Go y la inteligencia artificial. Labatut describe cuatro personajes clave en esta historia: en antiquísimo juego del Go, el fundador de DeepMind, Demis Hassabis; Lee Sedol y la temible IA AlphaGo. Es la crónica de un torneo en 5 partidas distintas. El humano contra la máquina. La confrontación entre AlphaGo y el campeón mundial de Go nos lleva por esos momentos de tensión en donde se pone en competencia la sensibilidad, creatividad e intuición humana en contra de los algoritmos y el potencial de computación de DeepMind y su jugador estrella. La inteligencia artificial hizo historia al demostrar que podía tomar decisiones que no fueron programadas previamente y que era capaz de hacer jugadas inéditas utilizando su propia creatividad derivada de los algoritmos con los que fue programada. AlphaGo es un personaje que tanto puede inspirar fascinación como puede provocar miedo, dada nuestra poca familiaridad con una inteligencia de ese calibre, y es que la IA posee una comprensión holística del juego: puede hacer generalizaciones y usar algo parecido a la intuición humana. De los cinco partidos del torneo, la IA ganó cuatro. Uno de ellos con la jugada de “golpe al hombro”, que jamás se había visto en los tres mil años de historia del Go, el famoso movimiento 37. Lee Sedol ganaría la cuarta partida con otro movimiento inesperado en la jugada 78. Un movimiento disruptivo que sorprendió a todos y nos demostró que se le puede ganar a la máquina. Labatut describe los procesos de la inteligencia artificial para contextualizar la importancia de los eventos narrados. Se ubica entre los entresijos de DeepMind y de los distintos protagonistas, creando una tensión dramática que logra conservar el interés del lector. De ahí que algunos consideren que su prosa tiene un carácter hipnótico.

La partida entre Lee Sedol y AlphaGo representa para el autor un punto de inflexión en nuestra relación con la IA. Para el autor, la humanidad recordará ese momento como algo inédito en nuestra relación con las máquinas. El ser humano se enfrenta a desafíos únicos derivados la presencia de una inteligencia distinta a la nuestra que podrá superarnos en muchos ámbitos. Las implicaciones éticas que conlleva su existencia son abrumadoras. Su repercusión es tal, que ya está transformando los campos del conocimiento, la industria y la productividad en el capitalismo global. Los planteamientos filosóficos que detona nos llevan a reconsiderar y reconfigurar nuestra definición de humanidad. Su avance nos causa inquietud, incomodidad y, en muchas ocasiones, miedo. Nadie lo sabe aprovechar como Benjamín Labatut.

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