George Saunders, El día de la liberación, Seix Barral, Barcelona, 2024, 344 pp.
¿Hay algo más importante en la ficción y en nuestras vidas que la mentira? Difícil decirlo. George Saunders (Texas, 1958) busca destapar con naturalidad aquellos mecanismos con los que construimos nuestra ficción. Algunas de sus narraciones nos llevan de forma hiperbólica a nuestros límites, en los que las costuras de la realidad se hacen visibles. Otras, con una precisión psicológica que podríamos calificar de granular, muestran cómo los personajes cobran conciencia de estos mecanismos. En ambos casos, siempre los llevan a ese momento exacto en que se produce la liberación. De ahí que El día de la liberación sea, justamente, el título de su última antología de cuentos.
En las historias de Saunders, el velo que sostiene la realidad de los personajes termina colapsando por culpa de una verdad que derriba todo lo que consideran cierto. O más bien, les obliga a hacerse cargo de sí mismos, porque es un proceso por el que se ven arrollados. Se lee en la contraportada del libro: “a un hombre de ochenta y nueve años le lavan el cerebro como parte de un proyecto que reprograma a personas pobres y vulnerables y las utiliza como manifestantes políticos; en mitad de una tormenta de granizo dos mujeres que amaron al mismo hombre alcanzan una decisión existencial; Brian, un personaje solitario y moralmente complejo, deambula por una serie de atracciones subterráneas mientras cuestiona todo lo que había dado por sentado en su realidad”.
El humor que impregna cada uno de estos cuentos hace que adquieran un tono de sátira, el cual, junto a la deformación de la realidad y al remanente de esperanza que perdura en estos personajes lamentables, recuerda a Kurt Vonnegut. Por ejemplo, en Cuna de gato, Vonnegut narra la historia de Billy Pilgrim, un superviviente de la matanza de los bombardeos de Dresde en la Segunda Guerra Mundial. Décadas después de esa tragedia bélica es raptado por unos alienígenas, que lo llevan a su planeta Trafalmadore, en una historia en la que diversas tramas se superponen. Es un comentario satírico contra la locura y las atrocidades perpetradas en la guerra, con una mirada inocente y divertidísima que nos confronta con el fin de lo humano pero que al hacerlo nos deja un brillo de esperanza: “En algún lugar, cerca de allí, empezaba la primavera. Los refugios llenos de cadáveres fueron cerrados. Los soldados dejaron de luchar contra los rusos. En el campo, las mujeres y los niños enterraron las armas. […] Los pájaros trinaban. Un pájaro le dijo a Billy Pilgrim ‘¿Pío-pío-pi?’. FIN”.
Sin embargo, en Saunders se puede entrever la influencia del realismo histérico, en el que los personajes, las situaciones o el mundo en el que viven terminan por volverse irreconocibles (y precisamente por eso se hace evidente todo lo que no les dejaba ver su propia ficción). Es decir, el autor se vale del absurdo de la trama, de la caracterización de los personajes, y de un lenguaje muchas veces erosionado o roto, para desvelar con gran detalle fenómenos sociales complejos y la decadencia existencial en la que vivimos. Por eso en Saunders la esperanza es una forma de resignación por pura supervivencia, y esto se observa tanto en el El día de la liberación, como en sus libros de relatos anteriores, Diez de diciembre o Pastoralia. En Pastoralia están presentes el absurdo y la opresión de un mundo que arroja al desamparo, pero no hay una salida ni modo de adquirir una mayor autonomía. En el cuento que titula el libro, dos personajes viven en un parque de atracciones en el que tienen que simular ser cavernícolas mientras los visitantes pasan y los denigran al reírse de ellos. Al terminar el relato, la angustia del personaje termina por ser mayor. También, en Diez de diciembre pone de manifiesto este humor mordaz hacia una realidad que va de lo opresivo a lo distópico, pero en la que hay lugar, en la alteridad, para la salvación. Por ejemplo, en el cuento central, “Diez de diciembre”, uno de los dos personajes principales decide no suicidarse y recupera sus ganas de vivir tras salvar a un niño que cae en un lago helado. Quizás la mayor diferencia que encontramos en El día de la liberación frente a Pastoralia, publicado en el 2000, y Diez de diciembre, publicado en 2013, es que hay una ventana abierta al encuentro de la libertad, la autoconciencia y la felicidad.
Esta capacidad de los personajes de encontrar una forma de romper con los mecanismos que les son impuestos, mediante los que aceptan una realidad inhumana, está presente en todos los relatos de El día de la liberación. En el cuento titulado “Elliot Spencer”, el personaje homónimo es manipulado por una empresa que lo ha abducido, borrando sus recuerdos y su identidad en retribución por sacarlo de la calle y darle un techo. A cambio, debe asistir a manifestaciones políticas para increpar a los militantes de la oposición y, aunque no lo hace, golpearlos, recibir auténticas palizas durante estas concentraciones y fingir ante los medios que es un verdadero defensor de este movimiento político. Se verá obligado a huir de sus captores, a los que quiere agradar para que no eliminen de nuevo sus recuerdos, su memoria y su identidad. Una decisión que toma consciente de que no sabe qué será de él y a sabiendas de que es posible que muera debido a su estado de salud, pero aceptando lo que vaya sucederle por esa nueva libertad.
En el cuento “El día de la madre”, el personaje principal, Alma, tiene que enfrentarse en medio de una tormenta de hielo a su resentimiento contra la mujer con la que le fue infiel su difunto marido. Ella preferirá sucumbir a la lluvia de granizo, que acabará con ella; serán el terror a su propio fin y la necesidad de encontrar una paz definitiva los que la llevarán a liberarse de su odio. En “Gul”, el autor nos muestra un mundo delirante en el que una serie de personas habitan un parque de atracciones subterráneo. Viven a la espera de unos visitantes que nunca llegan, bajo el lema de “el día señalado es hoy”. Desempeñan unos roles performativos absurdos y se rigen por unas estrictas normas, que incluyen matar a patadas a quien no las cumpla. Al descubrir Brian, el protagonista, que todo lo que creen es falso, no podrá seguir viviendo consigo mismo, lo que lo llevará a tomar una decisión para liberarse a él y al resto de habitantes de ese parque del subsuelo que, como él reconoce, “aunque ya no viviré para verlo, y temo las patadas que me han de llegar, espero que estas palabras contribuyan a hacer caer el viejo mundo”.
En el cuento da título al libro, “El día de la liberación”, el mayor arrepentimiento del personaje principal será no dejarse arrastrar por la verdad, conformarse y renunciar a la libertad en el momento en que podría haberla abrazado: “Porque, sea lo que sea que el señor U. me dé para hablar en el futuro, nunca lo volveré a disfrutar; igual que un títere recogido del suelo no disfruta de la mano que lo manipula de repente”. En este libro de cuentos hay un mundo que entierra a los personajes; llegados a cierto punto, sus circunstancias los fuerzan a ver por qué nada de lo que creen es verdadero. Tanto si deciden renunciar como apropiarse de las posibilidades que les ofrece su emancipación, no hay ninguna forma de rehuir esa ruptura. Parece que la única forma de esperanza reside en entregarse a ella sin importar las consecuencias.
Quizás sea cierto, tal y como plantea Saunders en El día de la liberación, que el último reducto de resistencia que queda en un mundo absurdo sea negarse a creer en sus mentiras. Quizás sea esa la única liberación posible: “Cayó en la cuenta y entonces empezó a suceder: todo se arreglaría cuando dejara de ser Alma”. Y quizás esta sea la verdadera esperanza: saber que podemos elegir en qué creer. Saber que nunca podremos evitar estar subyugados por aquello que nos rodea y que consideramos real, pero que siempre habrá una pequeña grieta por la que podamos escapar, si estamos dispuestos a dejarlo todo.