Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


José Tomás de Cuéllar, Obras XIV. Periodismo III. Historietas (1869-1884). Vistazos (1874-1892), Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, 2024, 461 pp.


Al igual que los protagonistas de su novela Los fuereños (1883), Facundo ―seudónimo con el que solía firmar sus publicaciones José Tomás de Cuéllar (1839-1894)―, fue también otro de esos foráneos seducidos por el dios del progreso. Como Pamela Vicenteño Bravo explica en su estudio preliminar a las Obras XIV. Periodismo III. Historietas (1869-1884). Vistazos (1874-1892), el 12 de octubre de 1872 el escritor mexicano fue nombrado Secretario de la Legación Mexicana en Washington por el entonces presidente Sebastián Lerdo de Tejada. En una etapa importante de transformación en las dinámicas de las relaciones exteriores dentro de los gobiernos de finales del siglo XIX y principios del XX, este periplo significó tanto para la persona como para la obra de Cuéllar la reafirmación de su papel en la esfera intelectual hispanoamericana gracias, principalmente, a sus trabajos como docente, cronista teatral, novelista de costumbres, editor de periódicos y promotor cultural.

Las publicaciones en espacios como El Federalista, La Época, El Siglo XIX, La República, entre otros,demuestran no solo la relevancia para el escritor del diálogo con su lector connacional, sino también el uso de la prensa como vehículo de reflexión y de propuestas para el mejoramiento social y económico; ello a partir del contraste que su estancia en Estados Unidos le ofrecía. Por lo anterior, en las piezas periodísticas escritas durante y poco después de su servicio al gobierno, el lector contemporáneo asiste a los albores de un pensamiento cosmopolita y capitalista en las letras mexicanas; donde un interés dirigido hacia el ingreso de México al mercado internacional, aunado a la modernización de las vías de comunicación, así como el fomento a la explotación de los recursos naturales, refleja el ansia de progreso de la clase media letrada. En este sentido, el programa estético de Facundo resulta un campo abierto para el estudio del temprano impacto de la globalización en la literatura nacional. Volver a este de la mano de un trabajo riguroso como el presente permite observar cómo los escritores de la época hicieron frente a dicho fenómeno.

Creo que lo anterior se manifiesta no solo en las opiniones explícitas del autor desde su estancia en el extranjero, sino también en propuestas anteriores. Al respecto, Yuliana Rivera Juárez en su estudio preliminar “Todo el mundo cabe en un teatro sabiéndolo mirar. La linterna de José Tomás de Cuéllar”, correspondiente a las Historietas (1869-1884) recuperadas para esta edición, señala cómo la introducción en la literatura mexicana de un género como este responde a un ánimo modernizador, posible gracias a la prensa y a tendencias como el costumbrismo. Tecnologías como las litografías, fotografías y pinturas, durante el ordenamiento del estado mexicano, permitieron que una modalidad como el relato ilustrado funcionara cual estímulo para la clasificación de los grupos sociales. Espacios interesados en este tipo de propuestas como La Linterna Mágica, dirigida por el mismo Facundo, difundieron dichas redes de percepción de lo real bajo un compromiso moral con la nación. Belem Clark de Lara, encargada de emprender el Proyecto de Edición Crítica de las Obras de Cuéllar, desde 2003, ha señalado sobre el interés del escritor en la hibridación y combinación de géneros a partir de sus diversos acercamientos hacia las circunstancias históricas, políticas y culturales, en artículos, obras de teatro y novelas de costumbres; sin embargo, su literatura encuentra nuevos derroteros en su faceta periodística, la cual no solo le permite innovar en el terreno de lo literario, sino también le ayuda a transicionar en su compromiso con el desarrollo del país.

Tras la caída del imperio de Maximiliano de Habsburgo y la restauración de la República, en 1867, y el inicio del gobierno de Lerdo de Tejada donde se impulsó la primera etapa de industrialización nacional con el ferrocarril, la construcción identitaria para los liberales se centró en evidenciar el atraso económico, social y cultural de las grupos sociales en contraste con el modelo europeo y norteamericano. Rivera Juárez destaca que, desde la fundación de La Linterna Mágica en 1872, José Tomás de Cuéllar y sus colaboradores gráficos ―como José María Villana― buscaron renovar la prensa y consolidar la literatura nacional mediante la exploración de nuevos formatos de impresión, así como la creación de una comunidad lectora acorde a dicha sensibilidad. En este contexto, corrientes como el positivismo fueron fundamentales para moldear los personajes de su discurso, utilizados para interpretar la realidad desde una perspectiva burguesa en ascenso. Las historietas de estos artistas, con una mirada crítica, establecieron una taxonomía de la sociedad que marcaría también el inicio del siglo XX bajo el liderazgo de Porfirio Díaz; los cinco ejemplos que se presentan al lector atienden dichos pormenores.

La “novela ilustrada” Rosa y Federico (1869), publicada en La Ilustración Potosina, un semanario con sede en San Luis Potosí, donde Cuéllar vivió entre 1868 y 1870, incorpora elementos del género dramático para delinear la conducta de sus personajes: dos sujetos enamorados de clase alta con un final trágico. Asimismo, revela el interés por el ensamblaje icono-gráfico dando forma a una narrativa distinta a la que se divulgaba en la prensa de su tiempo: “menos narración y texto, más acciones gráficas”. Se ha señalado que este periodo fue un exilio motivado por el autoritarismo del entonces presidente Benito Juárez; sin embargo, también puede considerarse un antecedente clave para sus creaciones en La Linterna Mágica tras su regreso a la Ciudad de México. La apuesta de Facundo por la prensa ilustrada, donde asumió roles de editor, promotor y colaborador, responde no solo a su inclinación por una reforma social basada en el orden, la moral y el progreso, sino también a las tensiones dentro de la Bohemia Literaria, su círculo intelectual. Estas circunstancias lo llevaron a fundar dicha revista en la que, con mayor independencia, mantuvo su compromiso aleccionador. Las tres piezas siguientes ―Revista del Zócalo (1872), Historia de una rosa (1872) y Revista de la ópera (1872) comparten un hilo conductor: sus protagonistas no son capitalinos, sino fuereños. Su intención comunicativa apunta a un público interesado en conocer la vida en la capital y, sobre todo, en educarse.

A través de sus innovadoras historietas, señala Rivera Juárez, Cuéllar introdujo una forma de representación de la sociedad donde exhibía tanto los vicios como las virtudes de la vida citadina desde la experiencia del otro (el foráneo, el provinciano, el extranjero), comprometiendo al acto de mirar: otra manera de agenciamiento cercano, por ejemplo, al cine. Su propósito era evidenciar los obstáculos que impedían la consolidación del ideal de ciudadanía en el contexto de la posindependencia; muestra “la introducción de cierta parte de la sociedad a un mundo desconocido, pero, más aún, con esta exhibición se hace hincapié en la moda y en las nuevas costumbres” de los centros urbanos, como el teatro y la ópera. Pues, para Facundo la ciudad representa ese espacio idóneo para la convergencia de ideas, funcionando como un escenario para el debate y el intercambio de opiniones. Esta visión se acentúa especialmente cuando su perspectiva madura: de un joven patriótico pasa a convertirse en un hombre consciente de la imposibilidad de sostenerse en ideales románticos. Recuérdese que el mismo año en que fundó La Linterna Mágica, aceptó el cargo diplomático en Estados Unidos.

A su regreso, una década después, publicó La señora Mexitle (1884) en La Época Ilustrada (1883-1885), semanario dirigido por su antiguo colaborador Villasana. A diferencia de sus trabajos anteriores, este relato es una sátira política en la que el narrador, acompañado de ilustraciones caricaturescas, narra las desgracias de una mujer endeudada cuyos hijos, lejos de ayudarla, agravan su situación hasta llevarla a la ruina. La historia funciona como una alegoría de la economía mexicana, desde la Independencia hasta la suspensión de los pagos de la deuda externa durante el gobierno de Juárez. Cuéllar logra, en mi opinión, uno de los relatos ilustrados más divertidos de esta serie. Menciona el inicio de éste: “Es una señora muy desgraciada, cuya vida llena de peripecias y contratiempos ha llegado a darle en el gran mundo una importancia relativa. Hoy se encuentra, como otras muchas veces, en circunstancias bien difíciles”.

Este cambio, aunque sutil, en el tratamiento de la historia de México está vinculado con la estancia de Cuéllar en Estados Unidos, concluida en 1882. Sus viajes por ciudades como Nueva York y Washington le permitieron observar de primera mano cómo el sistema capitalista impulsaba la modernización de las naciones. Vicenteño Bravo analiza en “La fuerza propulsora del progreso: el segundo periodismo de Facundo”, incluido en esta edición, cómo Facundo comprendió que México se encontraba rezagado considerablemente con respecto al mundo. Advirtió que “el progreso prometido durante la administración de Juárez había quedado en una etapa embrionaria”. Según la investigadora, “para el autor, la modernización más que ornamental o estética hecha a ‘ras de piso’, tendría que estar enfocada en el mercado exterior”. Pasó de ser un liberal idealista a tener una posición crítica que se reflejó en textos como “Frutos tropicales” (1874), “La Exposición Universal de Filadelfia” (1876) y “El hierro y el carbón” (1879). En estos, el intelectual adoptó una perspectiva alineada con la globalización que presenció en Estados Unidos. Defendía que la explotación mineralógica y la importación de materias primas eran esenciales para evitar que México fuera arrastrado “como polvo liviano por el viento del siglo que sopla desde el Norte”. Esta postura coincidía con la política porfirista, que promovía un reajuste nacional basado en la paz, el orden y el progreso de cariz positivista, lo que le valió críticas de José Ignacio Altamirano ―antiguo miembro de la Bohemia Literaria―, quien lo acusó de haberse convertido básicamente en un “yankee”. Esta admiración por el desarrollo norteamericano se interrumpió abruptamente cuando contrajo malaria el 25 de noviembre de 1882. De regreso en México, como evidencia el resto del material en esta antología, no abandonó esta mirada crítica hacia la sociedad mexicana; de hecho, reforzó dicho compromiso.

El exdiplomático observó con agudeza las contradicciones en las reformas de los gobiernos de Porfirio Díaz y Manuel González, que generaban una paradoja de renovación y crisis en el país. En esta etapa, marcada por la fusión entre periodismo y literatura, Cuéllar se integró en agosto de 1884 a la redacción de La Época, donde aprovechó cada coyuntura para cuestionar las fallas de la administración en turno. Los textos difundidos fueron recopilados y aprobados años después bajo el título Vistazos (1892), en la segunda época de La Linterna Mágica, impresa en España. La elección del formato libro para su labor editorial señala la importancia que otorgaba a sus propuestas para la desarrollo de la macroeconomía y la educación del público. En estos escritos, abordó temas como la modernización de las festividades patrióticas (“Las festividades cívicas”, 1884), la necesidad de mejorar la conservación de los productos de consumo diario para evitar problemas de salud pública (“Apuntes sobre el beefsteak dedicados al nuevo Ayuntamiento”, 1985) o el impacto negativo de la introducción de árboles exóticos en la flora endémica (“Apólogo nocturno”, 1884). También analizó las prácticas de diversos sectores, como artesanos, obreros, burgueses y literatos, lo que afianzó su autoridad intelectual para tratar asuntos de interés general con la misión de preservar el progreso colectivo. Como señala Vicenteño Bravo, “se movió como representante de la alta cultura, apegado al capitalismo y adepto del positivismo spenceriano como ideología dominante”. En su obra novelística de este periodo ―La Noche Buena. Negativas tomadas del 24 al 25 de diciembre de 1882, Los fuereños, El divorcio. Novela contemporánea y Los mariditos― profundizó en los contrastes entre campo y ciudad, la doble moral, las apariencias y la falta de educación de los jóvenes, cierta prolongación de sus observaciones. Más tarde, decidió emprender la segunda parte de La Linterna… y viajó a Europa en 1892 para supervisar su edición, donde también ingresó a la Academia de la Lengua Española. Dos años después, falleció a causa de una afección cardiaca.

En suma, este trabajo de recuperación, emprendido por Belem Clark de Lara, Pamela Vicenteño Bravo y Yuliana Rivera Juárez, para con la obra de José Tomás de Cuéllar, ayuda al lector a conocer la historia de las ideas que dieron forma al país. Asimismo, presencia cómo el descontento de un excadete y testigo de la invasión norteamericana surge con el gobierno, debido, justamente, a su estancia en el supuesto “pueblo enemigo”. Octavio Paz lo advirtió: el nacionalismo es una pasión incestuosa. En este sentido, la experiencia con el otro ayudó a Facundo a tomar distancia crítica no sólo con Juárez y el Porfiriato, sino con todo aquel incapaz de ver sus faltas éticas. Entiendo, entonces, que para el escritor decimonónico la modernidad devino en una actitud autocrítica, de no admirarse tanto el ombligo. Menciona en “Fotografía de familia” (1882) lo que implicó este artificio para el autoreconocimiento, explorado igual en sus historietas: “Una fotografía me ha descubierto una nueva amargura de la ausencia. Cuando nos envejecemos juntos, pasan desapercibidos a nuestra observación las líneas que se modifican, los perfiles que se laxan, las curvas que se expanden, los ojos que se apagan, pero cuando a los diez años de ausencia se recibe la fotografía de un amigo a quien dejamos joven, se devora aquella imagen con un estupor en cuyo fondo está la más implacable de las verdades, la más amarga de las advertencias, las páginas se han vuelto, el libro está al concluirse, la muerte está esperando”. Para Cuéllar una linterna ―como toda forma de mirarse desde la otredad, es decir, hacerse parte del teatro de la historia― ayuda a mostrar y despejar los espejismos del progreso que es, en resumen, los duelos de cualquier nación.

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