Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Rafael Mondragón Velázquez, El largo instante del incendio. Ensayo biográfico sobre José Vasconcelos, México, El Colegio Nacional, 2023, 343 pp.


En el vasto panorama de la historiografía sobre José Vasconcelos, la reciente biografía de Rafael Mondragón Velázquez está más cerca de la iconoclasta de José Joaquín Blanco, Se llamaba José Vasconcelos (1977), que de la impresionante y voluminosa de Claude Fell, Los años del águila (1989).  A diferencia de Blanco y Mondragón, y acaso por no abandonar el rigor histórico, Claude Fell prefirió documentar ampliamente el contexto de 1920 a 1925, cuando Vasconcelos lideró la reapertura de la UNAM y prácticamente dio nacimiento a la SEP. También Fell coordinó en el año 2000 la edición crítica del primer tomo autobiográfico de Vasconcelos, Ulises Criollo, pues no hay que olvidar que Vasconcelos fue sobre todo biógrafo de sí mismo y que difícilmente se encuentra en la historia intelectual mexicana semejante ejercicio de sinceridad, cinismo y a ratos descaro, pero también nobleza, como en el de sus memorias. En síntesis, tanto material disponible hace difícil otra biografía sobre Vasconcelos que realmente enriquezca o expanda, o dé otra mirada, a nuestra comprensión del personaje. 

Cabe, entonces, preguntarse si el libro El largo instante del incendio. Ensayo biográfico sobre José Vasconcelos, al adoptar un enfoque que combina la biografía con el análisis cultural y los discursos de corrección política actuales, realmente consigue ofrecer una perspectiva fresca y provocadora sobre Vasconcelos, o si explora las dimensiones menos examinadas de su vida y obra. Mondragón Velázquez declara, en el penúltimo capítulo de su libro, que escribió este libro “avergonzado ante la violencia de un hombre que destruyó a las mujeres que lo amaron y apoyaron, y que no supo cuidar los dones que el espíritu humano le pidió desarrollar en su país y su época”. No es nueva la indignación contra Vasconcelos, ya que se trata de uno de los personajes más multifacéticos y polémicos de la historia mexicana, pero decir que Vasconcelos generó una “narrativa redentora” que incubó “el fascismo social”, resulta, más que provocador, en un desaguisado. La indignación del autor contra el “machista” Vasconcelos parece orientarse a justificar su propia figura, quien, muy a su pesar, es capaz de publicar una biografía sobre un personaje que le resulta no solo antipático, sino la encarnación de múltiples violencias. Quizás sea el principal problema de este trabajo la relativización del género de la biografía hasta llevarlo a confines en los que el ensayo también confunde su forma con la confesión, la propia autobiografía y la denuncia.

Mondragón encuentra ciertas cercanías entre las narrativas redentoras de su propio tiempo y los últimos años de vida de Vasconcelos, en los que los “resentimientos contra el curso de la historia se acrecientan”, de acuerdo con su interpretación histórica. Busca comprender el portentoso legado de Vasconcelos en función de nuestro tiempo. Todo trabajo histórico, en efecto, implica un diagnóstico del tiempo, y por un momento pareciera que Mondragón otorga a Vasconcelos la capacidad transformadora de toda una época, de ser el espíritu de la historia, pero como si temiera el reconocimiento tácito, constantemente enfatiza su carácter de “provinciano” –“joven provinciano”–, “depredador sexual”, “abusivo”, “cínico” y un largo etcétera. Se detiene mucho Mondragón en regodearse en los aspectos no sólo incómodos de Vasconcelos, sino, sobre todo, violentos; se empeña en señalar que el contexto histórico del “joven provinciano” en la capital podía entenderse como un ambiente de exaltación misógina: “estudiantes varones, depredadores sexuales en una época que consentía el amor a las hermanas, la veneración a las madres y el noviazgo con las adolescentes ‘respetables’ (las comillas aquí significan ironía), al tiempo que admitía el engaño hacia las mujeres más pobres y formas variadas de abuso sexual”. Lamentablemente hablamos de una época cuyas prácticas de violencia contra las mujeres se mantiene hasta hoy. Cabría preguntarse qué tipo de violencia se le imprime a las comillas irónicas de las adolescentes respetables. El mismo autor reconoce que se trataba de una época en la que la vida intelectual era ante todo masculina, y no solo eso, sino misógina, ¿para qué poner la atención en la acusación?

Le interesa a Mondragón exaltar, estudiar y conocer el lugar que tuvo Vasconcelos en la cultura de izquierda para comprender las promesas defraudadas y los fracasos, para ello “reintegra” la voz a otras figuras históricas para “saldar cuentas con el resentimiento” –aunque no es fácil comprender de quién es el resentimiento al que alude. Resulta interesante, sin embargo, que el libro se construya a partir de cuatro miradas oblicuas sobre Vasconcelos: de Adelina Zendejas, Elena Torres, Eulalia Guzmán y Rafael Mondragón. Recordar las voces de mujeres tan importantes y, a veces, poco conocidas, resulta relevante para comprender las ideas políticas de la época, en particular aquellas relacionadas con el feminismo y cómo las mujeres luchaban por ganar no solo un espacio civil, sino también de representación intelectual. Sin duda se trata de aspecto novedoso y destacable de Mondragón, aun cuando la figura de Vasconcelos se pierda y se vuelva irrelevante para darles un lugar protagónico en el escenario histórico a estas mujeres.

Hay, por otro lado, un interesante coqueteo a lo largo del libro por ver con voluntad poética y filosófica la autobiografía que el propio Vasconcelos hace de sí mismo. La lee con desconfianza, con recelo. Hay importantes vacíos que no son precisamente imprecisiones históricas, sino omisiones a voluntad; sin embargo, estos vacíos se llenan con otras voces y testimonios sobre Vasconcelos, lo que no deja de parecer una estampa depresiva que Mondragón confiesa: “la depresión que me causó leer los textos sobre los que trata el capítulo 4”. Lo que no logra muy bien el autor, hay que decirlo, es refutar a Vasconcelos; si al inicio del libro ha declarado renunciar a la “exhaustividad”, ¿no se corre el riesgo de evadir ya no detalles, sino aspectos elementales para una biografía?: “Renuncié a la exhaustividad: preferí la biografía con las voces de testigos, pues ‘Vasconcelos’ fue, muchas veces, el nombre de un sueño colectivo”. En lo que sigue, procuraré revisar algunos de sus aciertos y desaciertos. 

Según Mondragón Velázquez, las campañas alfabetizadoras de Vasconcelos significaron una agresión a los pueblos indígenas de México, y así se lo reclamó en su momento Juana Belén Gutiérrez de Mendoza (1875-1942), una periodista antiporfirista y posteriormente zapatista (llegó a coronela) en un ensayo publicado en 1924, Por la tierra y por la raza, que Mondragón Velázquez referencia. Puesta a consultar este ensayo, efectivamente, hay extensas citas sobre mitología azteca para dar a entender el discurso etnográfico y antropológico sobre el que debería fundarse –y de hecho así en parte se fundó– el nuevo Estado revolucionario. Juana Belén criticó que Vasconcelos desafiara a la civilización indígena al declarar que la campaña de alfabetización de la SEP incorporaría a los indios a la civilización,  “ya que esa declaración trunca de incorporar a los indios a la civilización,  parece  decir que no hay más que una: la del Secretario de Educación Pública”. La sombra del fascismo y del racismo, que Mondragón vio atisbada en Vasconcelos desde sus primeros años, pareciera tomar mayor vuelo cuando adquiere lugar y representación en el poder público. Al asumir la rectoría, Vasconcelos ocupó la misma mesa de trabajo que Justo Sierra. Los diecisiete volúmenes de la colección verde ayudarían a la industria editorial a tener más lectores, no a entrar a en quiebra. Se echó de enemigo a Plutarco Elías Calles, secretario de gobernación, al trasladar los talleres gráficos de la Nación a la UNAM; lo que podría ser leído por algunos como un acto contrarrevolucionario, en esta biografía toman cierto matiz ambiguo. Un trabajo hemerográfico de importante impacto social, como lo fue El Maestro, ilustrada por Montenegro a partir de ciertos diseños del art nouveau, comunes en la época, que además integró a sus páginas el cubismo de Diego Rivera, es asimilado por Mondragón como una declaración casi bolchevique, por lo que Vasconcelos algo tendría de Lenin: “Los artículos de José Vasconcelos en El Maestro fueron construyendo una especie de credo para esos pequeños bolcheviques de la cultura que llevaban adelante los proyectos impulsados desde la Universidad, y que adquirirán dimensiones mayúsculas en la nueva Secretaría”. Pese a que esta revista pudiera ser uno de los proyectos más nobles de Vasconcelos, Mondragón le destina poco espacio de reflexión, en contrate con todo el tiempo y regodeo invertido para revelar hasta la entraña la vena fascista, racista y, sobre todo, nazi, que contaminará toda la imagen y el trabajo de Vasconcelos, no solo en lo sucesivo, sino también de forma retrospectiva.

Lo que podría criticarse del libro de Mondragón Velázquez es una lectura un tanto recelosa de Vasconcelos que por momentos pareciera superficialidad. Señala que en los textos que escribe en su juventud hay intentos por justificar “manías personales o defectos de carácter invocando a los autores de los libros amados, que al final terminan diciendo lo que uno quisiera decir, pero no se atreve: no está mal odiar a las mujeres; el pensamiento es como la música; una misma fuerza mueve las almas y las estrellas…”. Este gesto no parece exclusivo de Vasconcelos. Descarta en un párrafo De Robinson a Odiseo: Pedagogía estructurativa (1935)una obra en la que José Vasconcelos aclaró que él no era pedagogo, sino un filósofo. ¿Por qué desautorizar así, sin mayor enfrentamiento, este trabajo que critica fuertemente la dictadura de la pedagogía sobre la cultura? Criticó los modelos educativos prevalecientes de su tiempo, particularmente aquellos influenciados por las ideas de Rousseau y por el liberalismo anglosajón y de reminiscencia positivista, llamando intempestivamente a recobrar una educación hispánica. Desde luego, Vasconcelos incurre en anacronismos al idealizar el espíritu aventurero de Hernán Cortés como parte del espíritu mexicano, sin reconocer adecuadamente las limitaciones y omisiones históricas de la colonización española en México, particularmente en lo que respecta a la construcción de infraestructuras educativas: no hubo escuelas de navieros ni quedó una tradición de navegantes y México se olvidó del mar. Esta idealización del pasado hispánico refleja una visión romántica y simplificada de la historia que no toma en cuenta la complejidad de las relaciones coloniales y sus impactos en la estructura social y educativa de México. A pesar de semejantes anacronismos, en Vasconcelos prevalece lo que Nietzsche llamó lo intempestivo, es decir, una capacidad de pensar fuera de su tiempo, lo mismo hacia el pasado que hacia el futuro, desafiando las normas y valores predominantes y buscando provocar un cambio cultural. No es otro caso lo que se propone al final del libro De Robinson a Odiseo: la construcción en el centro de la Ciudad de México de un gran edificio para albergar a la Biblioteca Nacional que incluyera museos etnográficos, coloniales, salas de concierto y el museo de Bellas Artes. Como sabemos, desde el Porfiriato hasta la fecha prevalece lo último sin que exista lo primero. 

En otras ocasiones, Mondragón Velázquez se extiende demasiado sobre la visita a México de la chilena Gabriela Mistral. En algún momento, breve, compara a Vasconcelos con el anarquista chileno Francisco Bilbao (1823-1882) en la medida en que ambos acogieron, según él, el milenarismo de Joaquín de Fiore. Consiste tal milenarismo en que, después de la Edad del Padre (caracterizada por el Antiguo Testamento y la ley) y de la Edad del Hijo (marcada por el Nuevo Testamento y la gracia), viene la Edad del Espíritu: un futuro de igualdad y comprensión universal. Es cierto que Bilbao se apartó de la construcción republicana de Andrés Bello en Chile y que expresó antipatía por la coartada de reemplazar un rey por la implementación de la ley. Pero no es cierto que Vasconcelos haya sido un anarquista. Por el contrario, Vasconcelos fue un crítico de aquel liberalismo anárquico y depredador que le usurpa al Estado el monopolio de la seguridad y de la educación, sin fomentar en este último rubro bibliotecas públicas ni centros de investigación. 

El libro de Mondragón Velázquez, aunque enfrenta el desafío de aportar novedad a un campo ya densa y rigurosamente explorado por biografías anteriores, intenta ofrecer una crítica contemporánea y relevante que desentrañe las complejidades de Vasconcelos, en un discurso pensado y dirigido “sobre todo a los jóvenes provincianos que desean con afán heroico: que hacen viajes para conquistar la libertad en ciudades más grandes o se quedan en los lugares en que nacieron y luchan para construir pequeños espacios de dignidad” (como Vasconcelos, como Mondragón, como yo misma). Sin embargo, su enfoque polémico y censor, y la renuncia a la exhaustividad limitan su capacidad para proporcionar una imagen verdaderamente equilibrada del pensador mexicano.

  • Nicolas Sarmiento mayo 27, 2024 at 2:50 pm / Responder

    Muy buena reseña. En el autor de tal biografía sobre Vasconcelos predominan dos cosas: pedagogía y policía. Hay que investigar más al Vasconcelos filósofo.

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