Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Mario Montalbetti, El lenguaje del poema. Seis aproximaciones, Gris Tormenta, Querétaro, 2024, 188 pp.


En El lenguaje del poema, Mario Montalbetti reúne seis interesantes ensayos (o más bien aproximaciones) que el escritor leyó previamente en diversos actos públicos o que ya habían aparecido en revistas; al compartir un mismo espacio, es decir, al volverse parte de este singular volumen, adquieren un significado especial e integrador; intentaré en esta reseña empezar a indicar en qué consiste dicho probable sentido, sus efectos en la crítica literaria y en la lectura general de la poesía. Por supuesto, corro el riesgo al reseñar este libro de practicar el vicio que reiteradamente critica el autor en sus páginas: sugerir que los textos literarios sean susceptibles de una decodificación o de una interpretación más allá de sus propios términos intransferibles –adviértase por tanto que estos ensayos poseen un valor auténticamente literario y poético por el talento creador con que están realizados.

Podría apostarse que El lenguaje del poema es una poética si no fuera por la sensación de que para el autor de estas páginas el poema es una manifestación si no digna del pensamiento esotérico, por lo menos inaprensible por su naturaleza misma: ¿Qué se puede enunciar acerca de aquello que parece siempre negar un comentario o bien una explicación? ¿Se puede identificar lo poético sin acabar por violentar su naturaleza? ¿Son los poemas una mercancía tan rara que la única vía de acercamiento que nos queda es su mera contemplación silenciosa? ¿Con qué parte de nuestro ser debemos de enfrentar la lectura, por ejemplo, de unos versos?  ¿Hay una inteligencia exclusiva que debe funcionar al leer poesía? ¿Es la hermenéutica un pensamiento herético? En ello radicaría, en parte, el interés por las composiciones de los poetas: en dilucidar su rara situación, su lugar frente a todos los demás actos de la lengua (y de la existencia) como realidades únicas, extraordinarias y discontinuas que no se parecen a otras; y, por tanto, que requieren un tratamiento único, especial, diverso (no la glosa, no la prosificación, no la short-reading del mundo universitario anglosajón, tampoco las explicaciones filológicas, no la búsqueda de símbolos ni de las figuras retóricas, no la caza en pos de los sentidos manifiestos y ocultos). Señala con contundencia Montalbetti lo siguiente para definir su concepción de lo poético como lo que imposiblemente se puede fijar o bien condensar: “La idea perniciosa de que un poema es una condensación final de sentido, de que es una trampa estética en la que cayó una idea que no podía expresarse de otra manera, debe abandonarse en favor de esta otra: que en el poema nada ha terminado, nada ha cristalizado (en todo caso, no ahora y para siempre), sino que más bien el poema es una plataforma de (re)lanzamiento de más palabras en una metonimia infinita”. El problema, por supuesto, no es reciente; la necesidad de renovar esta discusión resulta, eso sí, llamativa.

Si bien las premisas con que Montalbetti ha elaborado sus ensayos lo alejan de enfocar su materia desde una perspectiva académica, detrás de sus apreciaciones resuenan, sin duda, los ecos no solo de la teoría literaria sino más bien de las ideas en torno a la debatida naturaleza del lenguaje; no es raro que cite y se apoye en autores que han dirimido acerca de la cuestión; autores cuyas premisas pertenecerían pues a la búsqueda de una filosofía del lenguaje, de aquella entidad que si bien presta sus servicios para la aparente comunicación de ideas, conceptos, emociones, etc., también puede sustraerse de lo inmediato, de lo contingente, y así convertirse en puro acto creador sin más. Son grandes las deudas que Montalbetti guarda sobre todo con los planteamientos del deconstruccionismo. Previamente, apunté un concepto para describir con cierta ligereza lo que está en El lenguaje del poema; referí la opción de concebir el volumen como una poética; quizás más apropiado, sin embargo, sería pensar en una antipoética, en un conjunto de ensayos que van más allá de la proscripción o de la descripción clásicas; unas aproximaciones acerca de las operaciones falsas con que se lee para intentar entender el discurso de la poesía. Si bien existen, como ya lo he delineado, asuntos, tratamientos, temas y enfoques que recorren esta obra de cabo a rabo, sería útil, aunque sea con rapidez, apuntar aquí algunos insuficientes indicios en torno a los capítulos del libro de Montalbetti.

“Por la lengua o por anécdota” desarrolla una idea tan evidente que ha sido, sin embargo, olvidada por casi todos los profesores de literatura: los poemas no son una expresión nacional; y, peor todavía, nacionalista. Por supuesto, existe una compulsión antologadora que se apoya en la historia, en la geografía en los estilos; y que en el fondo sirve para poco. Esta idea, sin duda, habría sido del agrado de Borges: pertenecemos a un país acaso por un malentendido, o por la forma caprichosa en que se han delineado las líneas fronterizas: guerras, pactos, disputas políticas. Montalbetti aboga por el reconocimiento de lo poético más allá de las circunstancias que rodean los textos y en que se escriben: “Hay una cierta incomodidad del poeta ante la institución, hacia lo externamente estructurado, hacia la domesticación”.

El segundo de los ensayos es casi un manifiesto, tal y como puede verificarse al leer el título: “En defensa del poema como aberración significante”. En estas páginas, Montalbetti recuerda la extravagante situación en que viven los poetas como personajes poco serios en la sociedad; y también la extrañeza que ocasiona que se dediquen a escribir poemas, es decir, obras literarias que generan una genuina desconfianza por la forma en que se encara en ellas el utópico o inalcanzable sentido. Frente a la duda acerca de qué dice o significa un texto poético, reconocer que se trata de la pregunta equivocada. Un poema no puede significar otra cosa que lo eminentemente poético. Lo que intenta demostrar Montalbetti es que en la poesía hay un desobedecimiento en la forma en que opera el signo lingüístico: “está en la naturaleza de la representación estética no formar signo, y esto porque el representante nunca va a dar en el blanco de lo representado, nunca lo podrá hacer ‘su significado’ ”. Con ello, aunque Montalbetti no lo consigne, quedan cancelados todos los estudios de estilística, los cuales se basan precisamente en esa dicotomía, en la tensión entre los dos componentes del signo. Y también, por supuesto, la posibilidad de entender algo cuando leemos un texto poético. De hecho, en la comprensión plena hay la certidumbre de la decepción: “Los versos que entendemos completamente nos decepcionan”.

Si en la anterior aproximación Montalbetti estableció algunos puntos esenciales para fundamentar su hipótesis central acera de la naturaleza de lo poético, en “Si todo el verde de la primavera fuera azul… (Sobre necesidad y contingencia del poema)… y lo es”, el autor arriba a los territorios de la práctica. Esto es de agradecerse pues aquí tenemos un ejemplo acerca de cómo acercarnos, en los términos que él ha postulado, para así ejercer la lectura de un poema y, sobre todo, de un verso. Se trata de una composición del poeta norteamericano Wallace Stevens, la cual por sus peculiaridades en la construcción y en el contenido sirve idealmente para volver a reconocer la extravagancia que existe en el lenguaje del poema: “Si todo el verde de la primavera fuera azul…”. Aquí Montalbetti sugiere la trascendencia teológica del poema, y los que considera deberían de ser los ejes centrales de cualquier poética: la creación y la salvación del mundo. No es entonces exagerado decir que cuando se escribe un poema ocurre pues un milagro; por supuesto, no en los términos bíblicos, sino en los propios del lenguaje: la transformación de las palabras y del lenguaje en poesía, en ese intento por conseguir la liberación del significado.

“Sentido y ceguera del poema” es una conferencia en verso libre. La práctica de contener los conocimientos en un poema, como es bien sabido, es antigua y modernamente se ha olvidado. De tal forma que Montalbetti hace acopio de la tradición, pero de una tradición que se ha borrado en la contemporaneidad; y con sus palabras, como ocurre en el género de la conferencia, ha de buscar a su auditorio. El tema de su conferencia en verso es, no podía ser de otro modo, la poesía, esa aberración significante; particularmente, las potencialidades del lenguaje para que se verifique, diríamos, esa función de la lengua. No es raro que en esta conferencia abunden las preguntas y también las especulaciones: “¿cuándo es que el lenguaje del poema vale la pena?”. Como ocurre a lo largo del libro, Montalbetti exige reconocer uno de los valores más ciertos de la poesía; me refiero a que nada falta ni sobra en los poemas para ser reconocidos como tales: “El poema es el lugar en el que no falta nada. / El poema es la carencia de nada. / El sentido del poema es su falta de nada”. El poema no vale por lo que el poeta quiso decir, sino por lo que le poema dice. ¿Qué hacer entonces con las metáforas y con las alegorías? ¿Cuál es el lugar del lector si todo se ha dicho? “Leer un poema, en cambio, es como subirse a un submarino / en medio de la noche / y realizar una inmersión bastante profunda / en un mar poco transparente”.

“65 proposiciones sobre la mesa de Ishigami” es, como lo anuncia el título del ensayo, un conjunto de ideas en torno a un objeto: una mesa inconcebible. Si bien estamos acostumbrados a reconocer la relación arbitraria entre el significado y el significante, y a establecer así el pacto sugerido por el signo lingüístico, pueden existir cosas en nuestro entorno que contengan alguna rareza; esa extravagancia nos alejaría de una posible catalogación o clasificación invariable y absoluta. Para remitirnos otra vez a la singularidad del poema, Montalbetti recurre a una mesa imposible por sus dimensiones, por su extensión, por su composición, por no cumplir con las funciones usuales de una mesa arquetípica. Es más: se trata de una mesa que materialmente ni siquiera debería de existir, pero que Ishigami ha creado. Por medio de 65 proposiciones, es decir, 65 pequeñas observaciones descriptivas y enumeradas el autor ahonda en la existencia de lo que no debería de ser concebible. Hacia el final de su exposición, advierte previsiblemente Montalbetti: “Un poema es algo muy similar a la mesa de Ishigami”.

Una estructura parecida a la del anterior ensayo –el discurso fragmentado por medio de observaciones enumeradas, que constituyen un discurso si no atropellado, sí de una interrumpida fluencia– la posee el ensayo dedicado al autor de Trilce: “66 proposiciones sobre un poema de Vallejo”. En la poesía de Vallejo halla Montalbetti manifestaciones de esa aberración significante, de ese lenguaje que en el ámbito de la poesía no significa sino la poesía misma. Escoge unos versos de Vallejo de los que poco se puede decir; o, más bien, se puede decir algo, pero sin la certeza de que sea necesario o de que ese algo sirva. Se puede explorar, como lo hace Montalbetti, la cuestión de la métrica, las relaciones de las palabras en campos semánticos improbables, la funcionalidad de la enumeración caótica, el uso de la sintaxis en el abismo en su mínima expresión. En todo caso, para el estudioso se trata de un poema en potencia: “Vallejo escondió el poema disfrazándolo de no-poema”.

La última de las aproximaciones es “El lugar que no se puede sobrepasar”. Aquí se estudia un poema del Nobel ruso Brodsky y la traducción que él mismo hizo al inglés. Es una composición cuyo personaje llega al polo, es decir, al punto límite que no se puede sobrepasar. Algo similar, por supuesto, ocurre en la escritura de la poesía. Es pues un poema al que acude Montalbetti como antes lo hizo a la mesa de Ishigami y al no-poema de Vallejo. ¿Qué podría escribir un explorador cuando tiene poco por escribir y cuando el espacio y el tiempo se han consumido? “Este es el costo inhumano para el humano que alcanza la más alta latitud posible, el límite, el punto que no puede sobrepasar y que no puede intercambiar. Ahora está solo, sin palabras, sin imágenes. Y, ahora que está solo, ya no está”.

Como puede verificarse al leer las pequeñas notas que elaboré en esta reseña para estas aproximaciones, los textos de Montalbetti insisten, desde diversos ángulos, en el mismo asunto recurrente. El lenguaje del poema es pues un libro que arrincona al lector, que lo separa de algunas de las ideas más repetidas o manidas acerca de la forma en que se debería leer la poesía –y que escandalizará a uno que otro académico; es una obra que defiende, eso sí, la dignidad del poema a toda costa. Si bien algunas de las ideas no son necesariamente originales, la forma en que se les presenta se agradece por el talante ensayístico y provocador. No quisiera repetir lo que ya antes apunté: cerrar con un resumen esta reseña, con una perspectiva general. Si acaso deseo insistir en que se trata de una lectura que combate los malos hábitos de quienes piensan que la poesía ha dejado de ser un universo con sus propias leyes cuánticas.

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