Gabriel Zaid, El secreto de la fama, Lumen, Ciudad de México, 2009, 168 pp.
Subir los remos y dejarse
llevar con los ojos cerrados.
Abrir los ojos y encontrarse
vivo: se repitió el milagro.
Anda, levántate y olvida
esta ribera milagrosa
donde has desembarcado.
El poema que escogí como epígrafe para esta reseña lleva por título el de “Práctica mortal”. Se trata acaso de una de las composiciones más recordadas de Gabriel Zaid; es un texto, pienso yo, infaltable en una antología de poesía mexicana contemporánea. Decidí colocarlo en esta posición porque aparece en él no solo una palabra, sino una noción que se repite con frecuencia en la vasta obra de este escritor mexicano. La brevedad de este poema –o de esta canción– es directamente proporcional a la alta intensidad que contiene. Es una hermosa invitación al viaje, pero también es la constatación de una epifanía. Si hoy cerramos los ojos, es para abrirlos mañana; y al hacerlo –al ver otra vez el mundo, al ver otra vez la existencia, al ver otra vez las cosas y los seres– seremos capaces de observar con una mirada nueva lo que está, sin embargo, desde siempre allí: la vida, la luz, ese milagro, esa ribera milagrosa del penúltimo verso. Para que haya un milagro se requeriría, en la teoría, el actuar divino en un sentido contrario al usual en la naturaleza; pero sin la capacidad humana para admirarlo, el milagro hipotético carecería de importancia o de sentido: hacen falta ojos para en verdad admirar. Para decirlo con una frase que es un motivo en la obra de Zaid: hay que atrapar el milagro. Los milagros, sin embargo, no serían tan solo la rigurosa excepción a la regla; están siempre a la vuelta de la esquina para quienes sí sepan cazarlos, para quienes sí estén preparados y tengan el ánimo, la pericia o bien la sapiencia, es decir, la sensibilidad apropiada. Hay que reiterarlo: no son milagrosos únicamente los momentos en que la divinidad se revela en contra de la inercia de su propia creación fija. Zaid ha dedicado su vida como escritor a realizar tal cacería y a dejar constancia en lúcidos ensayos y poemas. Es así como planteo releer uno de los libros fundamentales de su bibliografía: El secreto de la fama, un clásico en la biblioteca de este milenio, un libro que es una varia lección de milagros.
Es un abuso de la retórica (y en las recientes fechas pareciera reiterarse) manifestar que tal o cual escritor es, ahora sí, el último humanista; pero en el ámbito de la cultura mexicana quizás no sea un exceso ni tampoco un abuso el sugerirlo cuando se piensa en el autor de Cómo leer en bicicleta. Zaid publicó sus primeros libros hacia el final de la década del cincuenta y hasta el día de hoy ejerce la escritura, la crítica y el pensamiento con una vitalidad envidiable, con el compromiso intelectual de quien no tiene compromisos, o bien, quien solo los mantiene con su propia curiosidad (es un escritor “a la intemperie”, como lo definió atinadamente Adolfo Castañón). Es la suya pues una libertad plena y alegre que hoy más que nunca se agradece. El mundo hoy pareciera oponerse a tal práctica, a tal inteligencia; o bien, quien la ejerce se vuelve sospechoso por no interpretar la realidad bajo un ceñido conjunto de prejuicios e ideologías de alto consumo. Por desgracia, hoy vivimos tiempos más bien ruines; el único método que puede pensarse para sobrevivir esta época acaso sea la lectura de los libros que nos ennoblecen y no envilecen.
Para decirlo con el dictum clásico: a Zaid nada humano le es ajeno, ningún milagro rehúye de su atención de humanista y escritor. Si se consideran las zonas que ha visitado el pensamiento de Zaid a lo largo de las décadas, se concluye que en su obra se manifiesta una auténtica crítica de la cultura, lo cual no es algo usual en el ámbito de nuestras letras donde se apuesta casi siempre por lo parcial. En un mundo que exige la especialización, y por ello la asfixia monomaniaca, un escritor como Zaid es una rareza que siempre se agradece: limpia el aire sucio que respiramos. La cultura para Zaid está en los libros, pero también, sin duda, en el mundo real: no hay una pelea entre esto y aquello; a este escritor lo mismo le ha interesado, por ejemplo, el mundo de los libros en su aspecto material –como las mercancías que nunca se revelarían en contra de su condición de productos– y sobre todo por lo que estos nos pueden decir. Al circular los libros, en su calidad de objetos, permiten que las ideas viajen, alimenten el pensamiento y modifiquen, en muchas ocasiones, las circunstancias inmediatas. Hay en su obra la teoría, pero con la urgencia de la práctica (así se explica su indispensable crítica a la economía y al sistema político mexicano). Por todo ello, bien se le puede considerar como alguien que pone su fe entera en lo que escribe y publica; se hace responsable de cada una de sus palabras y sus efectos –no es por ello extraño su interés, como lo explicaré más adelante, por su origen, el uso y el destino de las palabras–. Son variadas las respuestas que la sociedad ha ofrecido ante sus propuestas. Nos ha enseñado, solo por poner un ejemplo, que los libros no pueden ser tan solo un adorno para los estantes o bien para el currículum de quienes los firman, sean profesores de universidad, funcionarios u hombres o mujeres de letras; deben ser el fruto de quienes sí sepan leer el mundo y la vida con plena atención milagrosa o poética. Para lograr dicha atención, se requiere de un talento muy especial; sin embargo, hay algo complementario que asimismo se pediría: la capacidad de comunicar, de enseñar al lector dónde y cómo puede él mirar. Zaid ha insistido, por cierto, en no confundir la escritura con la vida de escritor; así se puede entender su actitud refractaria frente a los micrófonos, las invasivas cámaras de televisión. Decidió pelear tan solo con el contenido de sus ideas. Desde allí ejerce su influencia, incita los debates, escucha y propone. De todo esto, hay reverberaciones en El secreto de la fama.
Hace algunos años insistí en ello: la maestría en los textos de este autor es un efecto de su habilidad no solo para leer poesía, sino para interpretar el ámbito en que vivimos. Leer un poema o comprender un problema social exige una habilidad parecida: valorar, interpretar, calibrar y fijar la mirada en los detalles que sí son relevantes, contrariar los prejuicios generalizados y las ideas rancias, disputar en contra de las torpes inercias, clarificar lo opaco. Los milagros solo pueden convertirse en materia transparente si hay esa disposición para verlos. Quisiera recordar un libro de Zaid que prueba lo anterior, y que me parece comparte rasgos esenciales con El secreto de la fama. En 2018, Zaid publicó Mil palabras. Se trata de un nutrido compendio de ensayos escritos entre 1969 y 2017. En cada ensayo allí reunido, el autor se concentra en la historia, en los usos, en la etimología y en los aspectos verdaderamente sutiles en el uso de determinadas palabras del español; nos permite mirarlas, vemos con él así las palabras. Por medio de la consulta de un sinfín de diccionarios, no sin dejar de incluir las apreciaciones más personales acerca de los vocablos, Zaid renueva el entusiasmo que deberíamos sentir ante el lenguaje en su casi secreta manufactura milenaria. En los breves ensayos no se exentan algunas digresiones que dan verdadera vida a lo que pudo ser, en las manos de un escritor académico, erudición hueca y aburrida. Por ejemplo, en el texto dedicado a la palabra bricolaje, incluye una anécdota que, según me parece, ilustra muy bien lo que he explicado anteriormente –la necesaria disposición para observar lo que podría no percibirse: “En los laboratorios de la Minnesota Mining and Manufacturing Company (3M, creadora de Scotch Tape), el investigador Spencer Silver buscaba un pegamento más resistente cuando descubrió otra cosa: un pegamento de quita y pon. La compañía no le encontró un uso práctico que tuviera mercado. Años después, Arthur Fry, otro científico de 3M, que formaba parte de un coro y usaba papelitos (que se caían) para encontrar las páginas correspondientes en su himnario, recordó el descubrimiento de su colega y lo aprovechó. Así de inventó el post-it (37)”.
La anécdota proviene del mundo industrial o empresarial; indudablemente es un magnífico ejemplo de lo que interesa a Zaid: la revelación de algo que ya está allí, pero que no se sabía que se encontraba en tal proximidad. Lo que parecía ser algo inútil se convierte en fuente de millonarias ganancias no solo para la empresa sino para los usuarios del artefacto: ¿cuánto tiempo hemos ahorrado en el mundo gracias al uso de esos papelitos que se pegan y se despegan? En el mismo libro –Mil palabras–, en el ensayo dedicado a la heurística, el escritor observa lo siguiente: “La creatividad está en el centro del saber que se busca, aunque no se note en el saber encontrado. Nadie sabe cómo surgen las ocurrencias inspiradas. Los que han tenido la buena suerte de atrapar milagros pueden hacer recomendaciones útiles para los novatos, que no son un método”.
Hay, sin duda, un espacio que nace entre la intuición y la razón, entre lo espontáneo y aquello que, por fin, se comprende en su auténtica valía. Si bien no se trata de un método científico o filosófico, propongo que sí existe una organización detrás de tal sensibilidad; o por lo menos esto es lo que se detecta al leer los ensayos de Zaid, una vigorosa voluntad para afinar la mirada, para limpiar la lente a través de la cual observamos y así percibir esos milagros, aquellos “hechos admirables”. De otra manera, ¿cómo arribar a aquella ribera milagrosa del poema para luego olvidarla? Por cierto: es más que urgente la preparación de un estudio crítico que recoja las variantes en las distintas ediciones de sus versos, que señale incluso los poemas que dejaron de aparecer; serviría esto para empezar a comprender cómo este poeta ha elaborado una obra de pocos pero sustanciales poemas; en otras palabras: entenderíamos mejor cómo se lee a sí mismo.
En fin, los planteamientos anteriores me sirven para hoy volver a leer El secreto de la fama. Desde su publicación primera en 2009, pensé que el título podría confundir a algunos de los lectores potenciales del volumen. No sería extraño que algún lector distraído lo haya confundido acaso con un manual de autoayuda, bajo la consideración de que actualmente vivimos en una sociedad cuyos miembros conciben la fama como el merecido premio ante una vida bien vivida y que existen caminos para alcanzarla, secretos que puedan publicarse y seguirse. Por supuesto, el título es parte de esa tradición que denomina una recopilación de ensayos varios bajo el nombre de alguno que descuelle en la colección; y que contiene alguna clave para leer el resto de las piezas. La fama a la que alude este libro sí tiene que ver, claro está, con los mecanismos sociales, pero sobre todo con el ejercicio crítico indispensable ante esos mismos mecanismos. Es la fama de los hombres y de las mujeres, pero es también la fama de los textos y de las ideas que circulan, se desdibujan, crean malentendidos, a veces sobreviven e iluminan a quienes sí sabrán apreciar su contenido. El volumen inicia con breve un ensayo cuyo título –insisto en ello– es un motivo importante en las obras recientes de Zaid: “Atrapar un milagro”. Es un verdadero milagro que palabras milenarias sobrevivan en los discursos contemporáneos como si estas hubiesen sido inventadas apenas ayer –por la validez que mantienen, por la sabiduría que todavía conservan, por la frescura–. Sin embargo, hay un peligro que se debe advertir de inmediato: “Hoy se ha llegado al extremo opuesto. Lo que llama la atención es el autor, aunque la obra de pierda de vista”. La fama no es, por supuesto, un concepto nuevo: para Zaid existe desde la prehistoria y llega hasta nuestros días transformada. La fama puede ser positiva únicamente si sirve para incitar la curiosidad: leer las obras, digamos, de un novelista por la fama que ya lo precede (por los premios o tal vez por la opinión de los críticos); pero insistir demasiado en ello es un error. La concentración nuestra debería colocarse en otro lado; no se debe confundir el milagro con quien lo creó, o con la persona que lo supo mirar por vez primera: “Las grandes obras (famosas o no) son un milagro, una zona de la realidad done la vida sube de nivel y nos habla. La conciencia absorta se pierde y se recupera con un foco más claro. La realidad adquiere más sentido, y nosotros también. Las grandes obras nos animan, nos vuelven más inteligentes y más libres, más imaginativos y creadores. Es natural hablar de esa experiencia extraordinaria, compartirla, traerla y extenderla a la vida ordinaria. La conversación sobre las grandes obras puede ser, en sí misma, un milagro creador. O mera resonancia de los nombres que suenan”.
No es mi intención en estas páginas hacer un minucioso resumen del contenido de los capítulos de El secreto de la fama; en todo caso, celebrar que este libro provoque lo mismo que las grandes obras que Zaid menciona en la cita anterior. Es un libro que nos hace pensar de mejor modo, que alienta la inteligencia de quienes lo leen o consultan. Al menos, esa es la experiencia que yo he tenido a lo largo de los últimos diez años al proponer su lectura en el aula a estudiantes de la universidad. Especialmente, he leído con ellos los primeros ensayos del libro, aquellos en que Zaid desmenuza aspectos centrales para la lectura y la escritura. En “Citas y aforismos” el escritor nos recuerda la milagrosa existencia de aquellas frases que son esenciales en la tradición, en las conversaciones y disputas, y que por ello mismo a veces se leen mal o se atribuyen con errores; un texto cercano a este es “Del microtexto al yo”, en el cual se reitera la trascendencia de lo breve, pero con algunas aportaciones en torno a los fenómenos de la autoría y la personalidad de quien inventa y se proyecta en lo escrito. El autor es pues uno de los temas reiterados en El secreto de la fama; en “La gloria del creador” se le valora por lo que realmente importa: “Lo difícil es el milagro, que depende y no depende de su mano: el soplo que convierte un montoncito de palabras en una revelación”. De gran importancia es el conjunto de ensayos en que Zaid desnuda las operaciones ideológicas detrás de cualquier cita en un texto: “Citas exóticas”, “Citas abusivas”, “Citas acumulables” y “Los mencionables”. En alguna ocasión, Zaid habló de la carretilla alfonsina para destacar y criticar un aspecto central del método de Alfonso Reyes: el acarreo de datos provenientes de la biblioteca y luego trasplantados en los casi infinitos textos de las Obras completas alfonsinas. Podría hablarse, sí, de la carretilla zaidiana, pero no como un aspecto negativo, al contrario, como un rasgo que se puede destacar o valorar: la brillante forma en que todas esas informaciones se armonizan en las páginas del ensayo, el estilo con que logra relacionar una cosa con la otra, los encuentros y las conversaciones inesperadas. Como bien nos recuerda Zaid, es la cita instrumento fundamental de la conversación: “¡Loor a los que hacen la tarea! A los que citan para dar, no para recibir. A los que disfrutan la conversación y la enriquecen, presentando amigos que pueden serlo entre sí”. Otro ensayo que he leído y comentado frecuentemente con los lectores jóvenes de la universidad es “Nota al pie de las notas a pie de página*”. Su lectura es urgente para entender la historia de esos espacios casi subterráneos en la página, desde la Edad Media hasta el día de hoy, sobre todo si recordamos esa moda –que me atrevería a calificar como neoliberal– que atenta en contra de su supervivencia para así, en teoría, aligerar los textos, para economizar. Es un ensayo donde la sabiduría convive con el mejor sentido del humor –esto se revela en la forma ingeniosa en que Zaid hace uso de este mismo recurso; es un elegante ejercicio metaliterario–. Hay en El secreto de la fama ensayos que enriquecen la senda iniciada con Los demasiados libros, acaso la obra más viva dentro de la bibliografía del autor por tratarse de un volumen que no ha dejado de adecuarse a los tiempos en que se edita y se vuelve a editar: “Organizados para no leer”, “Tres conceptos de obras completas”, “Obras tontamente completas”, “Clásicos y bestsellers”, “Teoría de la góndola” y “Economía del protagonismo”. Ante la pululación de jergas académicas indescifrables, Zaid nos advierte: “La mala prosa en las ciencias sociales se ha vuelto casi un requisito. Los historiadores, sociólogos, psicólogos, que escriben demasiado bien se vuelven sospechosos de poca profundidad. Pero en los estudios literarios es una contradicción. La mala prosa sobre las bellas letras demuestra poco entendimiento del juego literario, incapacidad de lectura de los textos propios y ajenos. Sin embargo, en los trabajos académicos, el gusto, la malicia, la pasión de leer (siempre loables) no hacen falta para acumular capital curricular”.
“El ascenso de la fama” y “El secreto de la fama” son dos ensayos de imprescindible relectura para la época en que vivimos, una época en que hombres y mujeres se han rendido ante la fascinación de la imagen y las fake news. Para Zaid, esta atmósfera interfiere con nuestra capacidad para ver los milagros: «La idolatría de las imágenes deja sin ojos para ver los milagros de la realidad”. Por cierto: hay que advertir una diferencia entre aquellos milagros que pertenecen al mundo y aquellos otros que son producto de un proceso, por ejemplo, las obras de arte. Zaid investiga la relación entre creador y obra, entre el artista y el milagro, entre la persona y lo que entrega al mundo: “Se puede creer o no que el cielo es el verdadero autor de los milagros y que la fama quita libertad, pero no se puede ignorar el testimonio de los que han vivido la experiencia”. Acerca del lugar de los hombres y las mujeres en esta sociedad como funcionarios, artistas, empresarios o intelectuales, no puede pasar desapercibida la provocación que hay en un ensayo con reverberaciones swiftianas: “¿Qué hacer con los mediocres?”
Debo subrayar sobre todo esto: mi reciente relectura de El secreto de la fama me ha servido para confirmar mi admiración por la obra de Zaid. En una de las poquísimas conversaciones públicas que ha sostenido en torno a su trabajo como escritor, señaló que para él la escritura de un ensayo supone un reto similar al que le conlleva escribir un poema. Esta afirmación me parece esclarecedora: hay en él un esfuerzo de concentración y de iluminación tanto en la prosa como en el verso. Con la gracia, con la sapiencia y con la ironía que lo caracterizan, provoca milagros a partir de la contemplación de otros milagros, milagros del mundo y de las palabras, milagros de artista. Es El secreto de la fama un libro milagroso y clásico. Milagroso porque cambia y mejora la vida; clásico porque –para decirlo quizás con Borges– la vida se vuelve casi inconcebible sin él.