Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Guillermo Sheridan, Poeta con paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, Ediciones Era, Ciudad de México, 2004, 569 pp.


La aparición de Poeta con paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz veinte años atrás no hizo más que confirmar su enorme importancia para la historia de la poesía mexicana en el contexto literario de lengua española del siglo xx, materia sobre la que tanto ha escrito Guillermo Sheridan, el autor de esta espléndida y erudita narración. El crítico, a la par que profundiza en el conocimiento de su protagonista en la tradición que le es propia y en la que se inició explorando la biblioteca del abuelo paterno, la hispano-grecolatina, presta singular atención a aquellos vínculos significativos que Octavio Paz (1914-1998) sostuvo durante su larga vida con varios autores representativos de otras tradiciones literarias ‒y artísticas en general‒, intercambio que influyó de forma notable en su visión cosmopolita no solo en el ámbito de la poesía. Si Paz, escribe Sheridan, “encarna como nadie el siglo xx mexicano” es porque representa “nuestra primera referencia para entender las vicisitudes intelectuales ‒las razones y pasiones‒ del pasado siglo mexicano”; tal es la comprensión de Sheridan de ese periodo y del poeta que logra llevarnos de la mano por uno de los recorridos intelectuales más cautivadores que yo recuerde.

Paz solía repetir, con una que otra variante, que “la verdadera biografía de un poeta no está en los sucesos de su vida sino en sus poemas”, y que estos “no son confesiones sino revelaciones”. Sheridan, por su parte, está en el entendido de que todo poema es una ficción en cuanto construcción imaginaria de su autor y de que el poeta miente en sus versos puesto que el poema es sobre todo un juego dialéctico, como Paz así se lo hace saber en la entrevista que le concedió en 1997, y que incluye al final del volumen con el elocuente título “Una apuesta vital”: “El poeta es el inventor de su propia existencia, de su propia figura, de su propia imagen”. En consecuencia, Sheridan va en pos de esas revelaciones a fin de indagar sobre su vida e interpretarla a la par de la obra, poética y ensayística, de ahí que la intención aparezca clara en el título: el poeta está por encima de las supuestas verdades existenciales del hombre que fue en vida, sin que el crítico lo escinda de sus circunstancias fácticas. Combinatoria de biografía y crítica literaria, el apartado dedicado a los “Ensayos biográficos”, incluidos en la primera sección, se conforma por seis extensos ensayos ordenados cronológicamente, de modo que el relato comienza con la infancia de Paz y concluye en el año de 1968, cuando presenta su renuncia al cargo de embajador de la India en los términos de la Ley orgánica del Servicio Exterior mexicano para acto seguido abandonar definitivamente el cuerpo diplomático, motivadas ambas decisiones por la masacre de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco.

A partir de la recreación de sus primeros años es que Sheridan se adentra en las razones que dieron origen al México moderno, consecuencia de dos experiencias cruciales para nuestra historia, la adopción del liberalismo en el siglo anterior y el nacimiento del Estado posrevolucionario a comienzos del siglo xx. Y esto será posible porque el ensayista se remonta a los años previos de su llegada al mundo a través de dos figuras clave en su formación intelectual, el abuelo ‒don José Ireneo Paz Flores, abogado y viejo combatiente liberal‒ y el padre ‒Octavio Paz Solórzano, un abogado ligado al zapatismo‒. Ya en la extensa bibliografía de Sheridan relacionada con la historia de la poesía mexicana del siglo xx aparece este periodo con anterioridad en varios de sus libros, entre los que destacan su ahora clásico estudio literario y de historia cultural titulado Los Contemporáneos ayer (1985) y en Un corazón adicto. La vida de Ramón López Velarde y otros ensayos afines (1989). En el primero, Sheridan se enfoca en el grupo que encabeza la introducción de la modernidad literaria en México en los años veinte cuyos miembros ‒situados en las antípodas del nacionalismo posrevolucionario‒ fungirán como figuras tutelares del joven Paz, en especial Villaurrutia, Cuesta y Gorostiza; mientras que en el segundo, Sheridan ensaya, ficcionalizando por momentos, la biografía literaria del poeta zacatecano cuya obra marca la transición entre el modernismo y las vanguardias en México, uno de los poetas que Paz más estudió después de Sor Juana Inés de la Cruz. Con estos títulos y los de la “trilogía Octavio Paz” (que inicia con Poeta con paisaje), Sheridan termina por completar, que no agotar, el mapa intelectual de la literatura mexicana del siglo anterior en virtud de la trascendencia de la obra literaria de sus autores elegidos.

Con sus luces y sus sombras, cúmulo de complejidades, el Paz de Sheridan no va solo en su recorrido vital, político, cultural y diplomático, aunque en el plano intelectual y en el estrictamente ideológico apuesta por una autonomía de pensamiento y ejerce la crítica desde sus primeros años de simpatizante de las ideas socialistas, actitud que le granjearía la animadversión de legiones de fanáticos hasta el final de sus días. Durante su etapa de preparatoriano en San Ildefonso, ya infiltrado el colegio por la izquierda comunista para los años treinta, la “década roja”, Paz se asume poeta y activista político, mas no militante. Porque Paz, como muchos jóvenes de su generación en un México que aún se sacudía los polvos de la revolución de 1910, creyó convencerse, según Sheridan, de “que el destino de la revolución mexicana era la Revolución proletaria”.

Tras sus múltiples desengaños en relación con las promesas de un supuesto edén comunista en la Rusia de Stalin, que comienzan con su legendario viaje en 1937 a la España republicana, enfrascada en una guerra civil intervenida por los agentes del Kremlin, un ya maduro Paz, también desencantado por otra parte de la idea del Estado benefactor y de los espejismos de las democracias liberales y de la economía del mercado libre, afirmará que “el primer deber del intelectual es hacer luz, despejar las confusiones, limpiar los cerebros de las telarañas de la pasión y de la ideología”. Tal conclusión a la que Paz llegó solo la puede hacer alguien congruente consigo mismo luego de haber transitado con honestidad intelectual por los idealismos autoritarios, de modo que nunca se verá tentado a hacer el recorrido inverso. Sheridan expone con amplitud sus argumentos sobre este proceso, aunque desde el principio queda claro que Paz fue ante todo un demócrata, uno crítico, cauteloso de las ideologías puesto que en el hogar paterno se nutrió en primera instancia de las fuentes liberales y revolucionarias, dos experimentos que devienen fracaso en la historia patria.

Sheridan, en efecto, acierta con creces al ordenar de la manera en que lo hace el rompecabezas de este otro aspecto intelectual de su biografiado. Y al hacerlo ilumina, tal vez sin buscarlo, el devenir histórico que ha llevado a nuestro país al punto intolerable en el que hoy se encuentra. Porque el poeta, que bien conocía el legado de la Modernidad, defendió hasta sus últimas consecuencias sus mayores principios, la reflexión y el ejercicio de la crítica y la autocrítica no solo en torno a la experiencia poética, de ahí su renuencia a evitar la confrontación siempre y cuando la animara la voluntad de diálogo, pero un diálogo basado en el empleo de argumentos razonados, por lo que desde siempre priorizó la insubordinación de la literatura de cara al “compromiso” y a la “propaganda” al servicio de un determinado credo sin dejar de lado el cuestionarse acerca de la función social de la poesía.

Para Sheridan, la poesía y el pensamiento paceanos están indisolublemente ligados al recorrido vital de su protagonista en Poeta con paisaje que, como precisa el subtítulo, no aspira a la objetividad acreditada que requiere el género biográfico sino a ensayar sobre la vida de Paz, una vida que a la vez contiene su obra literaria, un “método” muy similar al que emplea en un libro anterior, el ya mencionado Un corazón adicto, en el que desde el comienzo de la “Advertencia” al lector expresa su creencia de que “la verdad de una vida narrada puede limitarse a eso, a proponer cómo fue la vida de alguien que nos interesa, con quien simpatizamos, y observar si nuestra necesidad de amistad resiste el proceso”.

Lo cierto es que el autor de este primer volumen de la trilogía parte de la autoexigencia de estudiar tanto la obra como la vida del poeta con absoluta libertad crítica ‒no obstante su franca admiración‒, de la misma manera que este lo hiciera en su crítica ensayística de interés variado: poética, erótica, política, histórica, mitológica, artística y ética. Como así lo hará en los volúmenes sucesivos, cuyas temáticas se esbozan con oportunidad en el primero. En Habitación con retratos (2015), Sheridan continúa el examen de los sucesos vivenciales de Paz hasta su muerte, la redacción de sus obras durante la etapa adulta, sus relaciones amistosas y su ímpetu incansable para sostener diversas empresas editoriales que culminaron con la creación de dos de las revistas de mayor influencia de Hispanoamérica, Plural y Vuelta; mientras que en Los idilios salvajes (2016), el ensayista pone su mirada valorativa en las citas que se dan entre Poesía y Eros a través de las relaciones tormentosas de Paz con Elena Garro (motivo que dio origen a otro libro, una edición crítica de su autoría, Odi et amo. Las cartas a Helena, publicado en 2021) y la que mantuvo con Bona Tibertelli de Pisis en los años cincuenta.

Como era de esperarse, Sheridan se permite cuestionar con humor y hasta con cierta ironía al biografiado en más de una ocasión y de paso corregirle las fallas de la memoria o el reacomodo adrede de ciertos hechos. Pero conforme lo exige el ensayo, Sheridan apuntala sus reflexiones mediante la exposición de datos “duros” e ideas argumentadas que se traducen en interpretaciones narradas con un innegable valor estético-literario. Y académico, desde luego, aunque su libertad crítica y rigor respecto al uso de numerosas fuentes, testimoniales y documentales, no se supeditan ni nunca lo han hecho a ninguna teoría comprometida con alguna de las tantas agendas ideológicas que el campus universitario aúpa con entusiasmo acrítico. Guillermo Sheridan es un escritor dotado de abundantes recursos verbales y narrativos, tanto en sus libros como en sus columnas periodísticas, cuyo temple para la polémica incomoda hasta al poder mismo. Al igual que lo hicieron Cuesta y Paz, y más tarde Ibargüengoitia, Sheridan ha preferido ignorar lo que la corrección política exige a razón de su admirable valor cívico frente a la figura del tirano y sus cófrades. No hay lugar a duda de cuál es la estirpe de la que procede la virtud crítica y cívica de uno de los mayores ensayistas de la literatura mexicana contemporánea.

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